En los años ochenta, la discoteca Androides era una de las más conocidas de la ciudad. Estaba situada en la Calle Alfares muy cerca de un cruce de calles denominado popularmente Cuatro Caminos. Muchos son los hechos extraños que se contaron acerca de ese local. Algunos hablaban de vasos que se estallaban sin que nadie los tocara. Una joven describió perfectamente cómo de los azulejos de las paredes del cuarto de baño brotaban chorros de sangre. Alguien contó que durante una falla de energía eléctrica, mientras se celebraba la llegada del año nuevo, un frío intenso recorrió todo el local e hizo que las copas se congelaran en las manos de la gente en cuestión de segundos, pero sin duda, la historia más extraña y terrorífica de la que tenemos noticias, y que según muchos fue la causa de su cierre, fue la historia que narramos a continuación con nombres supuestos ya que los protagonistas pertenecen a una familia muy conocida en esa localidad.
La noche de un sábado cualquiera de invierno, Pablo conducía su moto hacia la discoteca Androides. Aquella noche, sus amigos no habían regresado de Madrid, pues estaban allí estudiando, pero Pablo decidió tomar una copa con la esperanza de encontrar otra alma solitaria con quien hablar. De repente, cuando enfilaba la calle Alfares, un fuerte aguacero comenzó a caer sobre la ciudad. Pablo estaba muy cerca de la discoteca, así que aparcó su moto en un callejón cercano llamado Cerrillo de San Roque y bajo una cornisa comenzó a atar con su cadena los radios de la moto al poste de una señal de tráfico. De repente un escalofrío rozó su nuca y miró atrás. La sombra de una mujer de unos veintitres años, vestida con una leve blusa de seda y una falda también de tela muy ligera estaba observándolo. La chica estaba totalmente empapada. El agua caía de su pelo negro y lacio sobre sus hombros, y el color de rímel de sus ojos formaba un reguero de lágrimas negras sobre su cara. Pablo, se puso en pie y viendo que la chica temblaba, se quitó su chaqueta motera de cuero y se la echó encima. Pablo se ofreció a llevarla a su casa, pero ella se negó, así que la invitó a entrar a la discoteca y tomar una copa. La cara de la muchacha era pálida y triste, pero esbozó una leve sonrisa y entró junto con el chico al local. Allí conversaron durante horas y casi a las cinco de la mañana Pablo y su recién conocida montaron en su moto dirigiéndose hasta el domicilio de ella: una pequeña casa baja, en la calle de la Luna.
Allí en la puerta, la muchacha, cuyo nombre no había preguntado, le dió un pequeño beso en la mejilla y le entregó una fotografía. Al día siguiente, Pablo, muy ilusionado por tener una nueva amiga, que además le gustaba como no le había gustado otra mujer en su vida, se encaminó hacia la casa de ésta. Tras varios toquidos a la puerta, una mujer de unos cincuenta y muchos años le atendió en la entrada. Debido al parecido de ella con la chica, él asumió que era su madre, por lo que le preguntó: - ¿Está su hija?, a lo que la mujer contestó: - No haga usted bromas, joven, mi hija murió hace tres años en un accidente de moto. Pablo no daba crédito a lo que oía. La foto que había colocado bajo su almohada coincidía con una foto que le mostró aquella triste señora. Pablo no se resignaba y creía que todo era una macabra broma. Tan empeñado estaba Pablo en su afirmación que la mujer le acompañó hasta el cementerio. Allí sobre una tumba con el nombre de su amada estaba colocada la chaqueta que la noche anterior él le había prestado.
Ahora Pablo continúa en tratamiento psiquiátrico y tras conocerse la historia que incluso salió publicada en la prensa local, la discoteca Androides cerró. La joven fantasma dicen que hoy sigue vagando por la zona puesto que ya se les ha presentado a varios jóvenes que, después de encontrar su abrigo o chamarra en el cementerio, no han vuelto a ser los mismos.
Adaptación: Jazmine Dguez.
[bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva]
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