Alfonso era un hombre de unos treinta años, tenía un empleo seguro, amores que habían pasado por su vida, pero nadie en especial por el momento. Adoraba sus pasatiempos al aire libre y sus paseos en bicicleta. Sin familiares cercanos porque sus padres habían fallecido y era hijo único. El sabía de la existencia de un tío, entonces pensaba entre sí, que ya a esta altura sería un viejo avaro y cascarrabias, desde las últimas noticias que había tenido, siempre vivió solo en su vieja casona con sus tantos años como él o más.
Una mañana despertaba con el pelo enmarañado y sus ojos tan pegados que no podía abrirlos mientras golpeaban la puerta, tratando de llegar otra vez de un grito seco avisa: ¡ya voy!; había llegado el cartero con la correspondencia informándole que su tío había fallecido, sin ningún otro pariente cercano el tendría el honor de heredar sus pertenencias.
Llegado el día se puso en viaje a la que sería ahora su nueva casa, contento, ya no tendría que pagar alquileres cada mes.
Se puso a recorrer las habitaciones y, sin darse cuenta, se paso toda la tarde; en un momento se dirigió al sótano solo ahí le faltaba… hurgando había encontrado varias cosas interesantes, entre ellas un cuadro, era un retrato de su tío que le llamo mucho la atención, estaba muy escondido, pero con una mirada que le atajó desde el primer momento. Le sacó un poco las telarañas y lo despolvó y ya un poco cansado, lo colocó en una mesa que ahí mismo se situaba.
Decidió irse a dormir, ya que el sueño le surgía y ya conciliado hace no más de cinco minutos, su cuerpo comenzó a temblar, a transpirar, a delirar entre sueños, como si quería despertarse y no poder; sólo se le presentaba aquella mirada: la del cuadro aquél.
A la mañana siguiente despertó un tanto atormentado, como si no hubiese descansado, pues se sentía agotado, pensó que el día de ayer había sido muy largo. Tomó una breve ducha, un ligero desayuno y ya no tenías ganas de dar esos paseos en bicicleta como le gustaba tanto en las mañanas, sólo quiso quedarse todo el día en la casa reacomodándola… una de las primeras cosas que hizo fue colgar el cuadro justo arriba en la cabecera de su cama. Pasada una semana y los sueños le sucedían una y otra vez, la mirada del cuadro se hacía penetrante, inquisitiva y algo siniestra. Su aspecto había cambiado, se había vuelto un poco ermitaño y quejoso, sentía como si los días eran uno y no trascurrían, sólo un veneno por sus venas, un sabor a maldad, una posesión en su cuerpo que desfiguraba su alma; una tremenda fuerza que lo absorbía cada vez más…
Después de un mes un amigo de Alfonso decidió ir a visitarlo, ya que no tenía noticias de él. Tocó la puerta, pero nadie salió, así que decidió entrar por sí mismo llamándolo: ¡Alfonso!, pero nadie le contestaba… escuchó algo, desde la habitación una voz frágil y que se quebraba, así que llegó hasta allí y con una sed inexplicable de maldad Alfonso lo tomó por detrás, degollándolo en el acto.
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