Recurrentemente, algunos sueños abordan las mentes durmientes de aquellos que se entregan a los brazos de Morfeo pero, ¿qué de aquellos que redundan sus días vívidos, abordando indiferentes los brazos de Hypnos?
Tendré que explicarme mejor antes de continuar... Los antiguos dioses tenían funciones determinadas en nuestros destinos, fueran estos fatales o propicios.
Con el paso de los años —de los siglos—, nosotros, mortales e indiferentes con los secretos antiguos y arcanos, hemos abandonado en el olvido o la apatía los designios de aquellos más viejos y más sabios, hasta el punto de invocarlos sin conocimiento, sin consciencia y, aquellos, recordados, extraídos del olvido, nos abren ansioso los brazos como padres cariñosos a los ruegos de sus hijos.
Ansiosos ellos por dar abrigo a nuestros ruegos, a lo que pedimos, el padre Hipnos ordena solícito a su hijo, nos conduzca a los reinos de Morfeo...
Tretas de la costumbre, nos dejamos inundar por los ensueños, por el regalo de Morfeo olvidado mucho, mucho tiempo atrás a su padre, padre de todos los sueños y padre de nuestro fatal destino.
Hipnos nos lleva de su mano invisible cuando dormimos en brazos de Morfeo; nos lleva a conocer nuestros temores, nuestras alegrías ocultas en alegorías y ríos; en bosques y sonrisas y, nosotros —desdichados—, hemos olvidado...
Nuestros padres inmortales son celosos. Tantas historias nos lo advierten, tantas voces nos lo han antes advertido...
Sordos, ciegos hijos mortales que no vemos más allá del sueño, un breve descanso del que pronto despertaremos.
Morfeo, truculento un poco, va cobijándonos tiernamente entre sus brazos. Con el manto de su padre nos da el consuelo que nosotros le pedimos.
No en vano su padre, Hipnos, es el gemelo del dios Tanatos, del dios de la muerte suave, del indespertable sueño...
Morfeo nos abraza, nos tranquiliza con el sueño en la promesa del vacío, con el ensayo de la muerte que nosotros, al nombrarlo escogimos...
...y él nos mira y nos sonríe, nos miran, nos sonríen...
Morfeo nos mira y mira de soslayo a su padre, Hipnos nos sonríe y mira de reojo a su hermano y éste, con los ojos vacíos nos devuelve la mirada que aún no hemos encontrado y, con él en el letargo de la lontananza, de un recuerdo que extraemos del olvido, miramos sus cuencas vacías, viciadas del sueño que refleja los trucos que encontramos cuando un alma se desprende en su camino hacia el infierno.
Nos devuelve la mirada del Cerbero, del Caronte y nos promete las aguas de la Estigia y del Leteo.
Cruda realidad que no vemos. Fácil realidad a la que nos entregamos.
Nosotros, hijos perennes de sabios y de viejos.
Nosotros, pequeños mortales ignorantes cambiamos de padres y los elegimos...
...cambiamos de dioses al elegir nuestro fatal destino.
Si lo viéramos junto a nuestra cama, al pie del lecho reconfortándonos, cuidando nuestro sueño...
Si lo oyéramos susurrando: "reconóceme, reconócete, que soy el ensayo del durmiente, soy el gemelo del dios Tánatos...
...soy el ensayo de tu muerte..."
Por: Daniel Carrillo
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