Tengo miedo. No quería venir aquí pero al final me han convencido. Pero no quería… Ir al cementerio no está dentro de mi idea de una noche divertida. Además sólo tengo once años, ya tendré tiempo de ir al cementerio cuando me muera. El cementerio de mi pueblo queda además en las afueras, tardaría más de 10 minutos en volver a casa corriendo si pasara algo. ¿Qué? ¿Qué puede pasar? ¡Yo que sé!.
A Juan se le ocurrió la absurda idea de ir a jugar al cementerio. A “El Escondite”, nada menos. Es el más valiente de nosotros tres, dice que esto para él no es nada. Puede que no para él, pero para mí sí lo es, es algo, algo que me aterra. No es que Luis sea muy valiente, pero no quiso echarse atrás, quizá por vergüenza. Aún así, Luis es más valiente que yo.
Bueno, ha llegado la hora de echarnos a suertes quién se la queda. -Lo decidiremos a modo de “piedra, papel o tijera”.- dice Juan. Es algo razonable, lo único que puede haber de razonable estando en un cementerio a la una y media de la mañana para jugar al escondite, todo es una locura, pero es razonable sortear quién se la queda jugándonoslo a piedra, papel o tijera.
Hay una probabilidad entre tres de que me la quede yo, espero tener suerte, no sería justo ser el que más miedo tiene y quedármela yo. Bien vamos allá. Tres, dos, uno…
Yo he sacado una piedra y Juan y Luis un papel, está claro, he perdido y a la primera. Me están entrando ganas de gritar, tengo que aguantarme, mi respiración se acelera. Me han dicho que cuente hasta cincuenta en el ciprés que hay cerca de la entrada y que luego los busque, sólo eso, casi nada. Estoy ya de espaldas a ellos junto al ciprés, ya han comenzado a esconderse, no me ven ni me oyen, ya no aguanto más. Me he puesto a llorar en voz baja, ¿qué demonios hago aquí? ¿Cómo me dejé convencer?
Bien, ya ha pasado un rato, me he limpiado las lágrimas con la manga y ya no se me nota que he llorado (creo). El cementerio es muy grande, yo en cambio soy muy pequeño. Estoy mirando desde el ciprés y no veo nada, tampoco oigo nada, no están por aquí cerca, seguro que se han escondido en lo más profundo. Un momento ¿y si oigo o veo algo y no son ni Juan ni Luis? Creo que me moriría aquí mismo.
Me cuesta empezar a andar, todo mi miedo se ha concentrado en mis pies, los siento muy raros. No estoy seguro, pero creo que me costaría hablar. Bien, empecemos, hay mucho sitio por dónde buscar. El cementerio tiene forma de rectángulo (más o menos), yo estoy en uno de los extremos, enfrente de mí hay tumbas individuales pulcramente organizadas formando lo que podría llamarse calles. Más adelante (hacia la mitad del rectángulo) está todo ocupado por criptas y tumbas individuales (pero éstas más grandes y sofisticadas que las otras), creo que esto ocupa más de tres campos de fútbol grandes en total.
Empiezo a andar, no oigo ni veo nada anormal. Intento no hacer ruido para que mis pisadas no corrompan el silencio del cementerio, como si al hacer ruido estuviera molestando a los muertos en su eterno descanso. Parecían estar diciéndome que si yo les molestaba, ellos también podrían molestarme, ¡vaya que sí podrían! Muy despacio empiezo a mirar por la primera calle todos los nichos vacíos en los que puedan estar Juan y Luis (ya tendrán tiempo de estar en ellos en el futuro, todo el tiempo del mundo), para encontrarlos de una vez, ir corriendo hasta el ciprés y terminar el juego. Sería fantástico encontrarlos a la primera.
En la primera calle no están, sólo hay gente muerta. Qué tranquilo está todo, no, tranquilo no es la palabra, está muerto, todo está muerto, exceptuándonos a mí, a Juan y a Luis. Tres almas vivas en la casa de cadáveres. Miraré ahora en la segunda calle, un momento ¿qué es eso? ¡Ah! sí, es la tumba de mi abuelo, estuve aquí hace unos años, cuando murió. DAVID LÓPEZ ESTERUELAS 1910-1998. Era mi abuelo paterno, a mí me pusieron su mismo nombre, me llamo David López Blanco, es un nombre muy parecido al de mi abuelo. Cuando yo muera (dentro de 100 años más o menos) mi nombre estará escrito en una tumba como esta, ni mejor ni peor, la gente que pase por ella, ya sea para llorarme o para jugar al escondite, podrá leer en ella mi nombre. A mí no me importará porque estaré muerto.
Continúo mi ronda, empiezo a estar más relajado, no sé por qué, pero tengo un mal presentimiento.
-¡Nos has despertado!- dice una voz. No, no puedo respirar, por qué me pasa a mí esto, ¡mierda!. Oigo una risa estentórea de Juan, ¡qué hijo de puta!, se me acaba de pasar el susto, no del todo, pero se me pasa. Les estoy oyendo correr, no hay duda de que van hacia el otro extremo del cementerio, bien, esto quiere decir que no voy a tener que mirar más calles, se han ido hacia los mortuorios, se habrán escondido detrás de una gran cruz u otra figura similar. No tengo prisa, que se escondan lo mejor que puedan, en cuanto les vea, nos iremos a casa, les guste o no.
El mármol blanco de las tumbas hace un feo contraste con lo negro de la noche, no es una visión muy agradable. He visto muchas películas de terror y no hay cosa que me dé más miedo que la visión del blanco de las tumbas con el negro de la noche. Bueno, de lo malo, malo, parece que mi sensación de pánico se está disipando (poco a poco, claro), ya no siento ganas de gritar ni de llorar, pero sigo estando algo asustado.
Al fin y al cabo, esta no es la peor situación en la que me he visto. El año pasado, una vez jugando por la noche a tocar timbres y escapar, el señor Daniel (nuestro borrachín local), que tiene ya cerca de setenta años, nos sorprendió “in fraganti”, porque dio la casualidad de que estaba en la puerta a punto de salir para ir al bar y comenzó a pegarnos con su bastón sin ninguna intención de hacer sólo la finta porque fuésemos unos niños. A mí no me atrapó, pero a Luis le dio un fuerte golpe en la cabeza que le hizo un chichón bastante grande y le hizo sangrar. No les dijimos nada a nuestros padres por miedo a que nos castigaran y, además, a Luis aquello le sirvió para jactarse entre todos los niños de haber recibido un fuerte golpe y no atemorizarse por ello, ya que seguimos yendo a tocar timbres a la semana siguiente. Luis el valiente.
La noche se está despejando, la luna (cuarto menguante) brilla en el cielo ahora sin nubes, sí, pensándolo mejor, nunca tuve tanto miedo como cuando el señor Daniel casi nos muele a golpes con su bastón. Pero como era (bueno es) sólo un viejo borrachín, pudimos escapar sin problemas. Hoy sólo es un día más de diversión, Hasta me estoy empezando a encontrar medianamente a gusto aquí en el cementerio. Dicen que en la ciudad de los ciegos el tuerto es el rey, pues bien, en la ciudad de los muertos el vivo (ósea yo) debo ser el rey también.
Estoy vivo y nada tengo que temer de los que no lo están, soy el rey de la ciudad (bueno, Luis y Juan también) aquí y ahora. Miro mi reloj luminoso, son las dos de la mañana. Bien, encontraré a ese par de estúpidos y nos iremos a casa que ya se está haciendo tarde. Oigo voces, no me asustarán, esta vez les he reconocido a la primera. Luis ha dicho algo en voz alta, luego los dos han gritado bastante fuerte, como si se asustaran de algo; un golpe de algo pesado cayendo al suelo y luego silencio. Me han dado una pista de donde están, sólo he de seguir el ruido.
¡Qué cabrones!, han ido a esconderse detrás de la última cripta. El brazo derecho y parte del torso de Juan (creo) se asoma detrás de la cripta más alejada. Además los muy idiotas se han ido a esconder detrás de una cripta de las que no tienen ninguna figura, qué idiotas, con las estatuas y cruces tan grandes que tienen la mayoría. Bueno, la mayoría no, esa es la única que no tiene figura. Los pobrecillos han sido bastante tontos (en la ciudad de los tontos el normal es el rey), ahora Luis (creo) asoma su mano por el otro lado del mortuorio, encima la mueve bruscamente para que yo lo vea mejor. Estoy a veinte metros de ellos y ya hasta los oigo gritar y jadear como locos en un manicomio. ¡Ya está!
Ahora mismo vuelvo al ciprés y daré por ellos como que les he descubierto. Si me acerco demasiado pueden echarse a correr y ser más rápidos que yo, de hecho si ahora mismo se pusieran a correr quizá me alcanzarían. No, no quieren correr parece, peor para ellos, volveré andando en un apacible paseo, sin prisas, ni miedo, ¡Soy el rey de la ciudad!
Puede que siga siendo un miedoso al lado de Juan y, sobre todo, de Luis, pero ya no me dan miedo los cementerios, desde hoy. Me siento poderoso, no sé, es muy raro. Bien, ya estoy en el ciprés.
-¡UN, DOS, TRES POR JUAN Y LUIS!
Espero, parece que no quieren venir. Está claro, quieren que vuelva y darme un buen susto. Darle un susto a David el miedoso. Lo admito, tiemblo de pánico en verano cuando vamos a nadar al río o a la piscina municipal, no creo que aprenda a nadar nunca, pero he aprendido a “nadar” en los cementerios, no hay duda.
¡Ese par de imbéciles! Siguen ahí detrás del mortuorio sin figura ¿Serán tan tontos de creer que no les veo? Al menos el que parece Luis ha tenido la decencia de dejar de agitar la mano, pero aún así le sigo viendo, ¿Es que no se da cuenta? Estoy a cinco metros de ellos y aún no les oigo decir nada, los muy idiotas son capaces de haberse quedado dormidos.
¡Oh! ¡DIOS MIO! Había una razón para que no se movieran… Una especie de santo (la figura que debía de llevar el mortuorio) se ha caído encima de Juan y Luis. Por eso Luis movía la mano bruscamente y aquellos jadeos. Cuando los encontré estaban agonizando, ambos tienen aplastadas las cabezas, ¡esto no puede estar pasando!.
Me tranquilizaré, ahora voy a dar media vuelta y me iré despacio, por donde he venido, ha pasado algo terrible, pero al menos yo estoy bien. En una cripta cercana hay una estatua de un santo que tiene algo raro ¿Qué es? ¡Ah!, Juan le ha puesto su gorra en la cabeza jugando antes (cuando estaba vivo), quizá quince minutos antes respiraba, antes de… bueno, de eso.
No pasa nada, me iré a casa y contaré todo; me he quedado sin mis mejores amigos, pero estoy vivo. No podré estar sin desquiciarme por completo durante mucho tiempo, pero aguantaré hasta llegar a casa, sí, aguantaré. Pero no pueden ver los adultos, cuando lleguen, esa gorra ahí encima de la cabeza de San lo que sea. Un momento y listo. Subo con cuidado a la tapa del mortuorio, me agarro a san lo que sea, bien… un rato mas… ¡OHHH, NOOOOOO! La estatua se mueve, yo me caigo con ella, ¡PUTA MADRE!
Apenas consigo ver nada en la noche, estoy tumbado boca arriba. La estatua de este hijo de puta (ya no tiene para mí consideración de santo) me ha caído encima. Aunque no lo veo, siento que mi caja torácica ha encogido claramente y siento una agonía de dolor en cada latido de mi corazón. Si ahora mismo viniera alguien aquí creo que me podría salvar. Aún tengo posibilidades, yo no voy a acabar como Juan y Luis. Pronto amanecerá y vendrá alguien, no tengo de qué preocuparme. Yo no voy a acabar como ellos, no, ¡yo no!.
- Aquí los reyes somos nosotros ¿qué te creías?
¿Qué es esa voz? Debe ser una alucinación. Los muertos no hablan. Qué raro, me está entrando sueño... normal, hace rato que debiera estar en la cama. Seguro que me despertaré en el hospital y los médicos ya me habrán curado, todo habrá quedado en un susto. Qué sueño, un poco que duerma no me hará mal, me ayudará a ahorrar energía, así aguantare más tiempo. Pero seguro que no tardan mucho en encontrarme. Qué sueño. Qué sueño, tengo mucho sueño…
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