![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpe4jFKHM0XOIiuG-OPTXjOo2aqqzt5EQ4DXaTQcQERDV6VdmhR0eNPzDggcUwLPB4IxhWPs3GiH8ZcNsYKtG_ozQwrIKI2syFxFxUSjnmPhoYkujOJs2ng9FJLhP2DlOF-Y0qdEAGNII/s400/cementerio.jpg)
Carlos, de 80 años, se levantaba a un nuevo día con gran agilidad, el hombre apenas tenia unas débiles arrugas y seguía con un cabello frondoso y rizado.
Su estatura de 1.80 mts., acompañados de un cuerpo fornido, su tez muy morena, como de un bronceado de playa, con sus expresivos ojos oscuros, le hacían, ni siquiera, parecer un hombre de medio siglo, manteniendo un tono atlético y ciertamente atractivo, en la ciudad todos se maravillaban y algunos, ciertamente le temían, pues aseguraban que su aspecto no podía ser real; miles de leyendas urbanas caían sobre este enigmático personaje.
Carlos se lavaba con parsimonia, sabía que otro día pasaría de la forma más rutinaria, volver a enterrar a los muertos y mantener el cementerio limpio, mientras que las horas entre la penumbra pasaban sin descanso.
Del sepulturero apenas se conocía nada, tan sólo su trabajo y su sobrehumano aspecto físico.
Hombre silencioso que apenas se movía del cuarto donde vivía en el propio cementerio, allí pasaba sus horas libres escribiendo poesía sobre los muertos.
-¡Carlos sal un momento! —ese que grita su nombre es el jefe del lugar, un hombre regordete de mediana edad—. Carlos, saliendo al exterior, saluda:
-¡Hola Manolo!.
-¡Hola Manolo!.
-¡Hola Carlos!, te presento a Juan es un joven que estará unos meses contigo, creo que te vendrá bien un ayudante.
El sepulturero clava su negra mirada en el joven de poco más de la veintena, un joven alto, pero delgado, de pelo castaño y aspecto aniñado, por supuesto se nota que es el típico estudiante que no está preparado para ese trabajo.
-Carlos: La verdad es que no necesito ningún ayudante, me las arreglo bien yo solo —dijo el sepulturero al jefe del lugar—.
-Manolo: Eso ya lo sabemos, pero nos preocupa que siempre estés solo, necesitas compañía y el necesita aprender el oficio, los dejo solos y espero que les vaya todo bien. Sin nada mas que añadir el jefe da media vuelta y se va entre las lapidas del pequeño cementerio.
El joven se acerca de forma tímida hacia su nuevo jefe y le tiende la mano, su mirada es desconcertante; todos le decían que no aparentaba su edad, pero esto no se lo podía imaginar.
-Es un placer señor, ¿cómo lo hace? —preguntó el joven al sepulturero— ¿Me gustaría tener su aspecto cuando llegue a su edad! —añadió—.
-Primero tienes que llegar... sígueme y empecemos —respondió el sepulturero resignado por haber obtenido la ayuda que no había solicitado—.
El joven pasó todo el día en una pesadilla siguiendo a su compañero que apenas le dirigía la palabra por todo el cementerio, sujetándole el peso de los ataúdes, mientras su compañero, literalmente, volaba de un sitio a otro y terminaba sus trabajos de forma ágil y eficaz.
La noche se acercaba y se despidieron.
Juan llegó extenuado a su casa, no podía imaginar lo que le esperaba cuando aceptó ese trabajo, aunque sabia que lo necesitaba para pagar sus estudios.
Algún día —pensaba el joven—, seré un gran escritor y no necesitaré ensuciarme las manos ni aguantar a tipos como ese sepulturero. En él se veía algo que lo ponía muy nervioso y no podía evitar.
El teléfono sonó, era su madre quien lo entretuvo un buen rato mientras le decía que lo echaban de menos en el pueblo.
El chico colgó con una sonrisa, adoraba a sus padres, siempre pendientes y entregados a él, ese verano su padre decidió que si quería irse a estudiar literatura, debía primero aprender el trabajo duro para que se acostumbrara a ganarse con su propio sudor sus objetivos.
Desde luego tenían razón, él se alquiló ese pequeño estudio cerca de su trabajo, esa experiencia le vendría bien para madurar.
Pero en la solitaria noche no podía dejar de pensar en su tranquilo pueblo y en Mónica, su gran amor, una pueblerina sin ambiciones ni su cultura, pero le daba igual, adoraba su inocencia y cada día le parecía más bella con sus oscuros cabellos acompañados de sus penetrantes ojos negros.
A la madrugada siguiente el cementerio presentaba un aspecto tenebroso, una densa niebla recorría aquel lugar.
El sonido fantasmal del tiempo movía los árboles haciéndolos crujir, parecía el sonido de la muerte, Juan movió la cabeza dejando de lado sus pensamientos y se encaminó a su destino.
Carlos lo recibió con una sonrisa, lo cual extrañó a Juan porque ese hombre nunca sonreía.
-¡Hola Juan!, pasa a mi habitación, apenas tenemos trabajo —le dijo—. Una vez en el interior, un irreconocible Carlos le seguía hablando amablemente:
-Escuché que quieres ser escritor y que estudias para eso, yo también escribo, son poesías que tratan sobre este gran lugar, sobre la muerte, pero también sobre mi vida. Mi mujer escribía poesía, murió hace mucho tiempo, pero la mantengo conmigo en mis poemas; después mi vida se vio avocada a esta triste existencia.
El sepulturero miraba como en trance al techo, mientras el chico lo escuchaba atentamente.
Cuando por la noche empezó a leer sus escritos, no pudo conciliar el sueño en toda la noche, estaba leyendo una auténtica belleza, esas líneas eran mórbidas, escritas con una ternura terrorífica, en una de ellas se veían rimas donde se retrataba, con una gracia extraordinaria, cómo un hombre hacía el amor con la muerte.
Le aterrorizaba lo que estaba leyendo, pero a la vez sentía algo que jamás antes experimentó, una fuerza recorría su cuerpo, sentía su sangre caliente en las sombras, de repente sintió deseos impuros.
Tiró las hojas donde venían escritas las poesías al suelo, sentía todavía una violencia en su interior, ¿quién es ese hombre? —se preguntaba—.
Cómo podía escribir tanta belleza y a la vez tanta tenebrosidad, se sentía aterrorizado; durante unos momentos sintió deseos de matar.
Quería olvidar aquellos diabólicos escritos cuando se levantó y los recogió del suelo, sabía que ese hombre extraño le estaba quitando su alma.
Cuando por la mañana el joven llegó al destino de siempre vió al enterrador totalmente desnudo abriendo un ataúd.
Carlos empezó a correr, pero de repente se detuvo y volvió al lugar, necesitaba saber más, necesitaba descubrir su secreto.
Entró por las buenas en la habitación, sin disimular para nada su presencia, pero el enterrador ni volvió la vista.
Gimiendo de forma evidente, estaba copulando con un bello cadáver, joven pero sin vida, una rubia hermosa de apenas la treintena estaba siendo manejada como un muñeco; en el silencio de la madrugada sólo se escuchaba al hombre aullar sobre aquel cuerpo sin vida. Llegando al orgasmo sacó su pene totalmente brillante, erguido de rodillas copula sobre el cuerpo sin vida. Tranquilamente se pone en pie, sin volver la vista se dirige al muchacho:
-Juan, espérame afuera... estaré contigo en un momento.
El joven estaba totalmente hipnotizado en la puerta, totalmente excitado a pesar del acto monstruoso que acababa de observar.
El enterrador salió al exterior y continuó diciéndole:
-Veo que ya sabes mi secreto de juventud.
-¿Su secreto? ¡Dios mío! —respondió el joven con mirada atónita—. ¡He visto cosas horribles, pero esto no tiene nombre, usted está enfermo, lo que escribe, esas malditas poesías me torturan...!, ¡tiene 80 años y se mueve como un maldito gato, no tiene ni una cana! —continuó diciéndole el muchacho—.
-Estás aterrorizado, pero sigues aquí, podrías salir corriendo, decírselo a los superiores, pero volviste, estás excitado y te cuesta creerlo, mis lecturas te parecen diabólicas, aunque también hermosas —objetó el sepulturero—. Cada día al levantarte piensas que quieres ser como yo, poseer mi genialidad, mantenerte joven con el paso del tiempo. Ellos están muertos nosotros vivos, lee las escrituras de sus lápidas —siguió diciéndole al joven—.
El chico se movió como en un sueño del que quisiera uno despertarse, leyó con incredulidad algunas de las lápidas.
Poetas, escritores, guionistas... todos son artistas de la escritura, como un trueno la verdad le viene a la mente, empieza a visionar a Carlos.
Carlos camina en un día lluvioso cuando una joven y prestigiosa escritora sale de su casa, él la sorprende por detrás con un corte limpio le rebana el cuello.
-Usted mata a todos los escritores y después copula con ellos absorbiendo su vida y su talento, sus poesías hacen experimentar lo que usted siente cuando mata, su excitación, su enfermedad, la emoción de la caza y cada vez que mata es usted mas fuerte, mas talentoso —le recriminó Juan al sepulturero—.
El cielo nublado cae sobre ambos hombres, el canto de los cuervos levanta un leve viento.
El sepulturero se acerca al joven y le dice: -No es muy agradable cuando tengo que hacerlo con un hombre, pero el sacrificio vale la pena, dentro de poco me quitare más años de encima.
Todas esas muertes se fingían bajo un robo, siempre terminaban echándole la culpa a un mendigo, yo un día fui escritor, nadie jamás me reconoció el más mínimo talento, sólo se fijaban en mi mujer, en sus libros, ella fue siempre una gran escritora, ¡la envidia me devoraba!.
Un día, sin saber lo que hacía, truqué los frenos de su coche, cuando el accidente la mató, robé su cadáver y lo disequé, cada vez que le hacía el amor su talento me poseía de una forma descomunal, también descubrí que no sólo eso, cada vez me sentía más fuerte, más joven, por mi no pasaban los años.
Cuando me mudé para este lugar, nadie ha querido averiguar nada sobre mi, sólo soy el sepulturero, tengo mucho tiempo para atrapar a esos artistas, soy un vampiro, en estos momentos nadie puede igualar mi arte, si me sigues conseguirás lo mismo.
¿Quieres ser escritor? Acompáñame en mi viaje y serás lo más grande que pueda existir, te daré la vida eterna, el destino nos unió, ¡sólo te queda aprovecharlo!.
El joven sin pensarlo, entra en la habitación casi de manera automática, el monstruo sonríe con una sobrecogedora mueca, satisfecho de tener a su marioneta, ya nadie podrá detenerlo.
Tan feliz está en sus pensamientos que no pudo reaccionar cuando Juan le apuñaló por la espalda, cayendo casi sin vida al suelo, lo miró con odio.
No comprendía qué pudo fallar, lo tenía hecho y, sin embargo, el que tenía que ser su ayudante lo miraba con una sonrisa irónica.
-¡Te denunciaré!, cuando todos comprendan lo que hacías y que sin duda descubrrán cuando estudien los cadáveres, comprenderán que tuve que hacerlo, nadie pondrá en duda tu locura, saldré fácilmente inocente por defensa propia —le dijo firmemente Juan—. Sé lo que tengo que hacer, tú ya mataste a muchos de ellos, tienes sus talentos y su fuerza, simplemente me alimentare de tu cadáver y seré lo más grande que exista jamás.
Con esas palabras el joven empieza a caminar alegremente a dar parte de lo ocurrido, mientras el enterrador muere en su propia tristeza, el debió saber que la maldad humana cuando florece te transforma en un monstruo y cuando eres un monstruo nunca aceptarás compartir tus secretos.
5 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]:
Me gusto mucho el final, en si la trama fue perfecta.
Jacky
Que extraño... desde el principio nunca hubiera imaginado terminaría de esa manera, buena moraleja!.
Bien dicen por ahí "cría cuervos y te sacarán los ojos" xD
Un abrazo!!
Yo soy el hombre huevo. Ellos son los hombres huevo. Yo soy la morsa.
El final sin duda tiene un buen giro, la codicia humana no tienen límites, el deseo de siempre tener más e ir por más sin importar que o quién se interponga, o sin importar que tipo de actos debes hacer para lograrlo.
Buen relato Lilith
Abrazos, pero no sepulcrales.
Un sorprendente escrito. ¿Cuantas veces hemos querido apropiarnos de las habilidades de los demas?
Un abrazo
Publicar un comentario