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Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva]
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La Mansión Encantada

"Dakota", El Edificio Maldito de Nueva York

viernes, 18 de noviembre de 2011


La oscura historia de uno de los 
edificios más emblemáticos de Nueva York

El impresionante edifico, situado en el número 1 de la calle 72, al oeste de Central Park en Nueva York,, no solo es famoso por albergar personajes célebres y ser escenario de la muerte del mítico John Lennon, un halo de misterios y leyendas negras rodean al peculiar edificio.   

Un poco de historia

El edificio comenzó a construirse en 1880 y fue terminado 4 años más tarde. Su diseño corrió a cargo del arquitecto Henry Hardenberg (autor del también mítico Hotel Plaza) y  fue avalado con una fuerte inversión del propietario de las máquinas de coser Singer, Edward S. Clark. Su estilo es propio del renacimiento de la Alemania del norte y la distribución de los pisos está inspirada en la arquitectura francesa de finales del siglo XIX.

Cuando se construyó estaba tan lejos de la ciudad que ni siquiera llegaba la electricidad y se decía que parecía estar en Dakota (al norte de EE.UU., en la frontera con Canadá), de ahí su nombre. Sin embargo, pese a su lejanía y el hecho de que estuviera rodeado de oscuridad, no impidió que tuviera éxito y fuera alquilado por completo.

Luego Manhattan comenzó su rápida expansión hacia el norte y los precios se dispararon creando cierta exclusividad al edificio y comenzando a ser habitado por personajes ilustres, algunos de ellos muy conocidos como Judy Garland, Boris Karloff, Leonard Bernstein y Lauren Bacall. También ha sido residencia de famosos cantantes como John Lennon (su viuda Yoko Ono sigue viviendo allí), Jennifer López, Marc Anthony, Bono y su esposa activista Ali Hewson, Sting, Paul Simon o Roberta Flack. Pero a pesar de hacerse mundialmente famoso por el asesinato en sus puertas de John Lennon,  siempre ocurrieron sucesos extraños entre sus muros.

A principios del siglo XX estuvo viviendo en el edificio Dakota el famoso mago negro Aleister Crowley. Éste, considerado uno de los hombres más perversos del mundo, llevó a cabo varios rituales de magia negra dentro del edificio.

Por la misma época estuvo viviendo el actor de cine de terror Boris Karloff, el cual participó en impresionantes veladas de espiritismo. Se dice que cuando murió Karloff hubo fenómenos de poltergeist y su persona se manifestó en el lugar mediante presencia fantasmal, que fue vista y oída por diversos inquilinos que huyeron despavoridos del edificio.

También se dice que el sumo sacerdote de la brujería Wicca inglesa, Gerald Brossau Gardner, se alojó en este edificio cuando visitó Nueva York. En él celebró rituales mágicos invocadores de las potencias ocultas de la naturaleza. Precisamente, Polanski en el año 1968, se inspiró en este personaje para moldear las características del brujo maléfico coprotagonista de la película “La semilla del diablo” (Rosemary’s baby). Durante el rodaje de “La semilla del diablo”,  y a pesar de que en el lugar solo se rodaron los exteriores, en el edificio Dakota tuvieron lugar todo tipo de extraños accidentes que diezmaron al equipo. En este edificio se produjo el desequilibrio nervioso de la actriz protagonista Mia Farrow y la ruptura de ésta con Frank Sinatra. La película convirtió al Dakota en foco de atención al desvelarse por la prensa las connotaciones mágicas y ocultas que el edificio poseía. Diversos grupos de practicantes de la magia negra y de sectas satánicas se congregaron ante el edificio Dakota para amenazar a Polanski y su equipo e impedir que la película se llevara a cabo. Entre estos personajes se encontraba el tristemente célebre Charles Manson, el hombre en quien, tiempo después y con varios miembros de su secta, se encargaron de convertir en realidad las amenazas. En 1969 llevaron a cabo la matanza de Cielo Drive, en Hollywood, donde asesinaron a un grupo de personas, entre ellas a la actriz Sharon Tate, esposa de Polanski y a su bebé no nato atravesados por un tenedor. El último film rodado en el edificio ha sido la versión americana de “Abre los ojos”(“Vanilla Sky”), protagonizada por Tom Cruise, y el último en conseguir un apartamento ha sido el actor Alec Baldwin, por la “asequible” cantidad de más de 8 millones de euros.

Pero no solo hace falta dinero para vivir en él, sino que, además, hay que pasar una férrea aprobación general del resto de vecinos que, ni Antonio banderas, ni Melanie Griffith pudieron sortear en 2005.

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el viernes, noviembre 18, 2011 5 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Sitios Malditos

Sobrenatural

domingo, 30 de octubre de 2011

Mi nombre es Rafa y en ocasiones desaparezco.  Solo sé de mi, mi nombre y, que tal vez mañana al levantarme no recuerde ni eso. No consigo recordar nada más. No sé si tengo familia o si alguna vez he tenido una vida.

Desaparezco y me vuelvo etéreo, incorpóreo, traslúcido… Me gusta visitar sitios donde haya mucha gente. Es tan fácil como concentrarse en una persona y conseguir ver a través de ella, en sus emociones, en sus pensamientos y en sus recuerdos. Son personas al azar que me llaman la atención por un motivo u otro. Gente corriente que encuentro en metros, mercados, parques… No es que me sienta orgulloso de la condición en la que me muevo últimamente, pero solo así consigo sentirme un poco humano, con algo de energía para poder moverme. Al principio solo lo hacía en contadas ocasiones, pero pasado un tiempo soy como un vampiro al que no sacia nada. ¿Y ellos? No parecen notar mi presencia en el momento. Luego, pasada mi intrusión, notan ese penar, esa sensación de pérdida y confusión inexplicable. Y yo consigo sentirme aún más culpable por ello.

En otras ocasiones me gusta visitar a gente a la que veo cada día. Son, por llamarlos de algún modo, mis habituales. No sé bien por qué, pero comienzo a caminar y siempre voy a parar donde están ellos. Es como si su energía me llamase de algún modo. Porque no todas las energías me proporcionan el mismo resultado. Algunas me llenan de felicidad y otras me dejan melancólico.

A las tres suelo abordar el mismo autobús, todos los días en la misma parada. En la esquina de Reforma con Insurgentes se sube ella. Es una niña hermosa, de unos 14 años. Sube las escaleras cansada y se sienta en el mismo asiento. Si, realmente es la niña más hermosa que he visto, pero no es eso lo que más me llama la atención de ella. Son sus bonitos ojos ojerosos, tristes y ausentes, pero igualmente bonitos. Y esa forma de sujetar que tiene el libro que lleva siempre consigo, como si su vida dependiera en ello. Es un libro de cuentos infantiles, demasiado infantiles para ella a mi parecer. Sus recuerdos están plagados de esos cuentos. Algunos días de sus ojos brota una lágrima, una sola lágrima que produce en mí un extraño sentimiento. Qué no daría yo por saber a quién va dedicada  y qué no dejaría de dar por sentir que cae por mí. Tengo ganas de consolarla, pero siempre llego tarde, cuando me decido ya no está. Ha bajado en su destino y la veo alejarse despacio  con su caminar cansado.

A las cinco voy al mismo parque. Es un parque enorme lleno de columpios y flores. Justo al fondo hay unas pistas de fútbol. Tras esperar sentado una media hora en un banco los veo aparecer. El mismo grupo de estudiantes que juegan un partido a las cinco y media. Entre ellos destaca un niño de unos ocho años. Es un niño alegre, rebosante de energía. Es el mejor de su equipo, aunque se le dan mal las matemáticas. De mayor quiere ser como su padre. El niño corre incansable detrás de la pelota y yo le animo en silencio. Me gustaría decirle que no se rinda nunca, que corra así de libre por la vida y no deje que nadie le diga lo que tiene que hacer. Sin duda conseguirá todo lo que se proponga en la vida. Cuando acaba el partido durante un momento se queda con  la mirada quieta en un punto fijo, expectante, como si buscara en ese rincón de la pista a alguien que no ha llegado o está por llegar. Lo curioso es que en ese mismo rincón estoy yo, entonces por animarlo levanto la mano y saludo. Y el sonríe, sonríe y vuelve a ser el mismo niño inagotable. Y vuelve a correr…

A las siete llego a la misma casa. Es el único lugar que visito donde nunca hay nadie. Aunque me cansa en exceso no lo puedo evitar. La casa está llena de polvo y de ropa tirada por los suelos. Hace mucho que nadie abre sus habitaciones  y aunque hay signos de que vivan niños nunca los veo. Es como si sus habitantes, como en mi caso, se hubieran olvidado de su existencia.  Sé que no es fácil compararse a una casa, pero es así como me siento, deshabitado. Sin duda es una buena casa, llena de vida, pero sus ocupantes están consiguiendo que poco a poco la vaya perdiendo.

Y  el final del día es para ella. En esa pequeña sala de hospital solo se oye el sonido de las máquinas y su llanto. Apoyada en la cama y cogida de la mano de ese hombre su llanto me llega al alma. Sus recuerdos son desordenados y confusos. Soy incapaz de procesar tanto contenido. El hombre  no tiene recuerdos, es como mirar en un recipiente vacío, solo observo oscuridad. Esta visita normalmente me deja agotado y me obliga a marcharme a descansar.

Al día siguiente todo se repite de nuevo. Y al siguiente. La única diferencia es mi cansancio. Cada día me siento un poco más debilitado. Y mayor es mi dependencia hacía mis “paradas habituales”. El tiempo que les dedico es cada vez mayor y eso, poco a poco, me va consumiendo. En el fondo sé que el tiempo se está acabando, pero no se qué tiempo. Es todo muy confuso.

Hoy en el hospital no la veo. La mujer no está junto a la cama. Y el permanece quieto e impasible. A veces me resulta  familiar. Pero por más que lo intento no consigo recordar nada. La busco y la encuentro en otra sala de espera. Tiene la mirada resignada, piensa en cómo dar la mala noticia a sus dos hijos. Está sufriendo por ellos, cree que su hija mayor no lo aguantará, que no soportará perderlo así. Solo ha podido parar sus pesadillas con aquel viejo cuento que le leía su padre. Tendrá que buscarle un psicólogo que consiga que se sienta mejor. Todos tendrán que ir. Y su hijo, ¡Dios santo!, su pequeño no sabe nada, piensa que su padre está muy ocupado trabajando. Tan ocupado para no ir a verlo jugar al parque  cada día como solía hacer. Pero sobretodo lo que más le preocupa es como enfrentar la vida sin su amor, sin ese hombre que durante quince años la hizo la mujer más feliz del mundo y le dio a dos hijos maravillosos. Cómo poder transmitir su recuerdo a ellos para que no lo olviden. Y en cómo volver a  su casa  después de semanas sin hacerlo, sola, sin él. Un gemido escapa de su boca y comienza un llanto inconsolable. Tal es su desesperación que no consigo calmarla. No escucha mis palabras de consuelo. No consigo abrazarla… Sara, ese es su nombre, y sus hijos son María y Saúl. Ella sabe que no hay marcha atrás, que hoy antes que acabe el día desconectarán a su marido y desaparecerá para siempre. Tal es su dolor que acaba desmayándose.

Hola, mi nombre es Rafa y desaparezco…

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el domingo, octubre 30, 2011 2 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

Los Ensayos del Durmiente

lunes, 19 de septiembre de 2011

Recurrentemente, algunos sueños abordan las mentes durmientes de aquellos que se entregan a los brazos de Morfeo pero, ¿qué de aquellos que redundan sus días vívidos, abordando indiferentes los brazos de Hypnos?

Tendré que explicarme mejor antes de continuar... Los antiguos dioses tenían funciones determinadas en nuestros destinos, fueran estos fatales o propicios.

Con el paso de los años —de los siglos—, nosotros, mortales e indiferentes con los secretos antiguos y arcanos, hemos abandonado en el olvido o la apatía los designios de aquellos más viejos y más sabios, hasta el punto de invocarlos sin conocimiento, sin consciencia y, aquellos, recordados, extraídos del olvido, nos abren ansioso los brazos como padres cariñosos a los ruegos de sus hijos.

Ansiosos ellos por dar abrigo a nuestros ruegos, a lo que pedimos, el padre Hipnos ordena solícito a su hijo, nos conduzca a los reinos de Morfeo...

Tretas de la costumbre, nos dejamos inundar por los ensueños, por el regalo de Morfeo olvidado mucho, mucho tiempo atrás a su padre, padre de todos los sueños y padre de nuestro fatal destino.

Hipnos nos lleva de su mano invisible cuando dormimos en brazos de Morfeo; nos lleva a conocer nuestros temores, nuestras alegrías ocultas en alegorías y ríos; en bosques y sonrisas y, nosotros —desdichados—, hemos olvidado...

Nuestros padres inmortales son celosos. Tantas historias nos lo advierten, tantas voces nos lo han antes advertido...

Sordos, ciegos hijos mortales que no vemos más allá del sueño, un breve descanso del que pronto despertaremos.

Morfeo, truculento un poco, va cobijándonos tiernamente entre sus brazos. Con el manto de su padre nos da el consuelo que nosotros le pedimos.

No en vano su padre, Hipnos, es el gemelo del dios Tanatos, del dios de la muerte suave, del indespertable sueño...

Morfeo nos abraza, nos tranquiliza con el sueño en la promesa del vacío, con el ensayo de la muerte que nosotros, al nombrarlo escogimos...

...y él nos mira y nos sonríe, nos miran, nos sonríen...

Morfeo nos mira y mira de soslayo a su padre, Hipnos nos sonríe y mira de reojo a su hermano y éste, con los ojos vacíos nos devuelve la mirada que aún no hemos encontrado y, con él en el letargo de la lontananza, de un recuerdo que extraemos del olvido, miramos sus cuencas vacías, viciadas del sueño que refleja los trucos que encontramos cuando un alma se desprende en su camino hacia el infierno.

Nos devuelve la mirada del Cerbero, del Caronte y nos promete las aguas de la Estigia y del Leteo.

Cruda realidad que no vemos. Fácil realidad a la que nos entregamos.

Nosotros, hijos perennes de sabios y de viejos. 
Nosotros, pequeños mortales ignorantes cambiamos de padres y los elegimos... 
...cambiamos de dioses al elegir nuestro fatal destino.

Si lo viéramos junto a nuestra cama, al pie del lecho reconfortándonos, cuidando nuestro sueño...
Si lo oyéramos susurrando: "reconóceme, reconócete, que soy el ensayo del durmiente, soy el gemelo del dios Tánatos... 
...soy el ensayo de tu muerte..." 
Por:  Daniel Carrillo

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el lunes, septiembre 19, 2011 0 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Relatos de Seres Mitológicos

El Heredero

martes, 23 de agosto de 2011

Alfonso era un hombre de unos treinta años, tenía un empleo seguro, amores que habían pasado por su vida, pero nadie en especial por el momento. Adoraba sus pasatiempos al aire libre y sus paseos en bicicleta. Sin familiares cercanos porque  sus padres habían fallecido y era hijo único. El sabía de la existencia de un tío, entonces pensaba entre sí, que ya a esta altura sería un viejo avaro y cascarrabias, desde las últimas noticias que había tenido,  siempre vivió solo en su vieja casona con sus tantos años como él o más.

Una  mañana despertaba con el pelo enmarañado y sus ojos tan pegados que no podía abrirlos mientras golpeaban la puerta, tratando de llegar otra vez de un grito seco avisa: ¡ya voy!; había llegado el cartero con la correspondencia  informándole que su tío había fallecido, sin ningún otro pariente cercano el tendría el honor de heredar sus pertenencias.

Llegado el día se puso en viaje a la que sería ahora su nueva casa, contento, ya no tendría que pagar alquileres cada mes.

Se puso a recorrer las habitaciones y, sin darse cuenta, se paso toda la tarde; en un momento se dirigió al sótano solo ahí le faltaba… hurgando había encontrado varias cosas interesantes, entre ellas un cuadro, era un retrato de su tío que le llamo mucho la atención, estaba muy escondido, pero con una mirada que le atajó desde el primer momento. Le sacó un poco las telarañas y lo despolvó y ya un poco cansado, lo colocó en una mesa que ahí mismo se situaba.

Decidió irse a dormir, ya que el sueño le surgía y ya conciliado hace no más de cinco minutos, su cuerpo comenzó a temblar, a transpirar, a delirar entre sueños, como si quería despertarse y no poder; sólo se le presentaba aquella mirada: la del cuadro aquél.

A la mañana siguiente despertó un tanto atormentado, como si no hubiese descansado, pues se sentía agotado, pensó que el día de ayer había sido muy  largo. Tomó una breve ducha, un ligero desayuno y ya no tenías ganas de dar esos paseos en bicicleta como le gustaba tanto en las mañanas, sólo quiso quedarse todo el día en la casa reacomodándola… una de las primeras cosas que hizo fue colgar el cuadro justo arriba en la cabecera de su cama. Pasada una semana y los sueños le sucedían una y otra vez, la mirada del cuadro se hacía penetrante, inquisitiva y algo siniestra. Su aspecto había cambiado, se había vuelto un poco ermitaño y quejoso, sentía como si los días eran uno y no trascurrían, sólo un veneno por sus venas, un sabor a maldad, una posesión en su cuerpo que desfiguraba su alma; una tremenda fuerza que lo absorbía cada vez más…

Después de un mes un amigo de Alfonso decidió ir a visitarlo, ya que no tenía noticias de él. Tocó la puerta, pero nadie salió, así que decidió entrar por sí mismo llamándolo: ¡Alfonso!, pero nadie le contestaba… escuchó algo, desde la habitación una voz frágil y que se quebraba, así que llegó hasta allí y con una sed inexplicable de maldad Alfonso lo tomó por detrás, degollándolo en el acto.

El cuadro sigue en su mismo lugar, pero sus siniestros ojos parecen recobrar vida día a día y Alfonso continúa en la casa con una posesión inexplicable derramando sangre de cuanta persona cruce su puerta…

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el martes, agosto 23, 2011 0 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

El Escondite

viernes, 22 de julio de 2011


Tengo miedo. No quería venir aquí pero al final me han convencido. Pero no quería… Ir al cementerio no está dentro de mi idea de una noche divertida. Además sólo tengo once años, ya tendré tiempo de ir al cementerio cuando me muera. El cementerio de mi pueblo queda además en las afueras, tardaría más de 10 minutos en volver a casa corriendo si pasara algo. ¿Qué? ¿Qué puede pasar? ¡Yo que sé!.

A Juan se le ocurrió la absurda idea de ir a jugar al cementerio. A “El Escondite”, nada menos. Es el más valiente de nosotros tres, dice que esto para él no es nada. Puede que no para él, pero para mí sí lo es, es algo, algo que me aterra. No es que Luis sea muy valiente, pero no quiso echarse atrás, quizá por vergüenza. Aún así, Luis es más valiente que yo.
Bueno, ha llegado la hora de echarnos a suertes quién se la queda. -Lo decidiremos a modo de “piedra, papel o tijera”.- dice Juan. Es algo razonable, lo único que puede haber de razonable estando en un cementerio a la una y media de la mañana para jugar al escondite, todo es una locura, pero es razonable sortear quién se la queda jugándonoslo a piedra, papel o tijera.
Hay una probabilidad entre tres de que me la quede yo, espero tener suerte, no sería justo ser el que más miedo tiene y quedármela yo. Bien vamos allá. Tres, dos, uno…
Yo he sacado una piedra y Juan y Luis un papel, está claro, he perdido y a la primera. Me están entrando ganas de gritar, tengo que aguantarme, mi respiración se acelera. Me han dicho que cuente hasta cincuenta en el ciprés que hay cerca de la entrada y que luego los busque, sólo eso, casi nada. Estoy ya de espaldas a ellos junto al ciprés, ya han comenzado a esconderse, no me ven ni me oyen, ya no aguanto más. Me he puesto a llorar en voz baja, ¿qué demonios hago aquí? ¿Cómo me dejé convencer?
Bien, ya ha pasado un rato, me he limpiado las lágrimas con la manga y ya no se me nota que he llorado (creo). El cementerio es muy grande, yo en cambio soy muy pequeño. Estoy mirando desde el ciprés y no veo nada, tampoco oigo nada, no están por aquí cerca, seguro que se han escondido en lo más profundo. Un momento ¿y si oigo o veo algo y no son ni Juan ni Luis? Creo que me moriría aquí mismo.

Me cuesta empezar a andar, todo mi miedo se ha concentrado en mis pies, los siento muy raros. No estoy seguro, pero creo que me costaría hablar. Bien, empecemos, hay mucho sitio por dónde buscar. El cementerio tiene forma de rectángulo (más o menos), yo estoy en uno de los extremos, enfrente de mí hay tumbas individuales pulcramente organizadas formando lo que podría llamarse calles. Más adelante (hacia la mitad del rectángulo) está todo ocupado por criptas y tumbas individuales (pero éstas más grandes y sofisticadas que las otras), creo que esto ocupa más de tres campos de fútbol grandes en total.
Empiezo a andar, no oigo ni veo nada anormal. Intento no hacer ruido para que mis pisadas no corrompan el silencio del cementerio, como si al hacer ruido estuviera molestando a los muertos en su eterno descanso. Parecían estar diciéndome que si yo les molestaba, ellos también podrían molestarme, ¡vaya que sí podrían! Muy despacio empiezo a mirar por la primera calle todos los nichos vacíos en los que puedan estar Juan y Luis (ya tendrán tiempo de estar en ellos en el futuro, todo el tiempo del mundo), para encontrarlos de una vez, ir corriendo hasta el ciprés y terminar el juego. Sería fantástico encontrarlos a la primera.
En la primera calle no están, sólo hay gente muerta. Qué tranquilo está todo, no, tranquilo no es la palabra, está muerto, todo está muerto, exceptuándonos a mí, a Juan y a Luis. Tres almas vivas en la casa de cadáveres. Miraré ahora en la segunda calle, un momento ¿qué es eso? ¡Ah! sí, es la tumba de mi abuelo, estuve aquí hace unos años, cuando murió. DAVID LÓPEZ ESTERUELAS 1910-1998. Era mi abuelo paterno, a mí me pusieron su mismo nombre, me llamo David López Blanco, es un nombre muy parecido al de mi abuelo. Cuando yo muera (dentro de 100 años más o menos) mi nombre estará escrito en una tumba como esta, ni mejor ni peor, la gente que pase por ella, ya sea para llorarme o para jugar al escondite, podrá leer en ella mi nombre. A mí no me importará porque estaré muerto.
Continúo mi ronda, empiezo a estar más relajado, no sé por qué, pero tengo un mal presentimiento.
-¡Nos has despertado!- dice una voz. No, no puedo respirar, por qué me pasa a mí esto, ¡mierda!. Oigo una risa estentórea de Juan, ¡qué hijo de puta!, se me acaba de pasar el susto, no del todo, pero se me pasa. Les estoy oyendo correr, no hay duda de que van hacia el otro extremo del cementerio, bien, esto quiere decir que no voy a tener que mirar más calles, se han ido hacia los mortuorios, se habrán escondido detrás de una gran cruz u otra figura similar. No tengo prisa, que se escondan lo mejor que puedan, en cuanto les vea, nos iremos a casa, les guste o no.

El mármol blanco de las tumbas hace un feo contraste con lo negro de la noche, no es una visión muy agradable. He visto muchas películas de terror y no hay cosa que me dé más miedo que la visión del blanco de las tumbas con el negro de la noche. Bueno, de lo malo, malo, parece que mi sensación de pánico se está disipando (poco a poco, claro), ya no siento ganas de gritar ni de llorar, pero sigo estando algo asustado.

Al fin y al cabo, esta no es la peor situación en la que me he visto. El año pasado, una vez jugando por la noche a tocar timbres y escapar, el señor Daniel (nuestro borrachín local), que tiene ya cerca de setenta años, nos sorprendió “in fraganti”, porque dio la casualidad de que estaba en la puerta a punto de salir para ir al bar y comenzó a pegarnos con su bastón sin ninguna intención de hacer sólo la finta porque fuésemos unos niños. A mí no me atrapó, pero a Luis le dio un fuerte golpe en la cabeza que le hizo un chichón bastante grande y le hizo sangrar. No les dijimos nada a nuestros padres por miedo a que nos castigaran y, además, a Luis aquello le sirvió para jactarse entre todos los niños de haber recibido un fuerte golpe y no atemorizarse por ello, ya que seguimos yendo a tocar timbres a la semana siguiente. Luis el valiente.
La noche se está despejando, la luna (cuarto menguante) brilla en el cielo ahora sin nubes, sí, pensándolo mejor, nunca tuve tanto miedo como cuando el señor Daniel casi nos muele a golpes con su bastón. Pero como era (bueno es) sólo un viejo borrachín, pudimos escapar sin problemas. Hoy sólo es un día más de diversión, Hasta me estoy empezando a encontrar medianamente a gusto aquí en el cementerio. Dicen que en la ciudad de los ciegos el tuerto es el rey, pues bien, en la ciudad de los muertos el vivo (ósea yo) debo ser el rey también.
Estoy vivo y nada tengo que temer de los que no lo están, soy el rey de la ciudad (bueno, Luis y Juan también) aquí y ahora. Miro mi reloj luminoso, son las dos de la mañana. Bien, encontraré a ese par de estúpidos y nos iremos a casa que ya se está haciendo tarde. Oigo voces, no me asustarán, esta vez les he reconocido a la primera. Luis ha dicho algo en voz alta, luego los dos han gritado bastante fuerte, como si se asustaran de algo; un golpe de algo pesado cayendo al suelo y luego silencio. Me han dado una pista de donde están, sólo he de seguir el ruido.
¡Qué cabrones!, han ido a esconderse detrás de la última cripta. El brazo derecho y parte del torso de Juan (creo) se asoma detrás de la cripta más alejada. Además los muy idiotas se han ido a esconder detrás de una cripta de las que no tienen ninguna figura, qué idiotas, con las estatuas y cruces tan grandes que tienen la mayoría. Bueno, la mayoría no, esa es la única que no tiene figura. Los pobrecillos han sido bastante tontos (en la ciudad de los tontos el normal es el rey), ahora Luis (creo) asoma su mano por el otro lado del mortuorio, encima la mueve bruscamente para que yo lo vea mejor. Estoy a veinte metros de ellos y ya hasta los oigo gritar y jadear como locos en un manicomio. ¡Ya está!
Ahora mismo vuelvo al ciprés y daré por ellos como que les he descubierto. Si me acerco demasiado pueden echarse a correr y ser más rápidos que yo, de hecho si ahora mismo se pusieran a correr quizá me alcanzarían. No, no quieren correr parece, peor para ellos, volveré andando en un apacible paseo, sin prisas, ni miedo, ¡Soy el rey de la ciudad!
Puede que siga siendo un miedoso al lado de Juan y, sobre todo, de Luis, pero ya no me dan miedo los cementerios, desde hoy. Me siento poderoso, no sé, es muy raro. Bien, ya estoy en el ciprés.
-¡UN, DOS, TRES POR JUAN Y LUIS!
Espero, parece que no quieren venir. Está claro, quieren que vuelva y darme un buen susto. Darle un susto a David el miedoso. Lo admito, tiemblo de pánico en verano cuando vamos a nadar al río o a la piscina municipal, no creo que aprenda a nadar nunca, pero he aprendido a “nadar” en los cementerios, no hay duda.
¡Ese par de imbéciles! Siguen ahí detrás del mortuorio sin figura ¿Serán tan tontos de creer que no les veo? Al menos el que parece Luis ha tenido la decencia de dejar de agitar la mano, pero aún así le sigo viendo, ¿Es que no se da cuenta? Estoy a cinco metros de ellos y aún no les oigo decir nada, los muy idiotas son capaces de haberse quedado dormidos.
¡Oh! ¡DIOS MIO! Había una razón para que no se movieran… Una especie de santo (la figura que debía de llevar el mortuorio) se ha caído encima de Juan y Luis. Por eso Luis movía la mano bruscamente y aquellos jadeos. Cuando los encontré estaban agonizando, ambos tienen aplastadas las cabezas, ¡esto no puede estar pasando!.
Me tranquilizaré, ahora voy a dar media vuelta y me iré despacio, por donde he venido, ha pasado algo terrible, pero al menos yo estoy bien. En una cripta cercana hay una estatua de un santo que tiene algo raro ¿Qué es? ¡Ah!, Juan le ha puesto su gorra en la cabeza jugando antes (cuando estaba vivo), quizá quince minutos antes respiraba, antes de… bueno, de eso.
No pasa nada, me iré a casa y contaré todo; me he quedado sin mis mejores amigos, pero estoy vivo. No podré estar sin desquiciarme por completo durante mucho tiempo, pero aguantaré hasta llegar a casa, sí, aguantaré. Pero no pueden ver los adultos, cuando lleguen, esa gorra ahí encima de la cabeza de San lo que sea. Un momento y listo. Subo con cuidado a la tapa del mortuorio, me agarro a san lo que sea, bien… un rato mas… ¡OHHH, NOOOOOO! La estatua se mueve, yo me caigo con ella, ¡PUTA MADRE!
Apenas consigo ver nada en la noche, estoy tumbado boca arriba. La estatua de este hijo de puta (ya no tiene para mí consideración de santo) me ha caído encima. Aunque no lo veo, siento que mi caja torácica ha encogido claramente y siento una agonía de dolor en cada latido de mi corazón. Si ahora mismo viniera alguien aquí creo que me podría salvar. Aún tengo posibilidades, yo no voy a acabar como Juan y Luis. Pronto amanecerá y vendrá alguien, no tengo de qué preocuparme. Yo no voy a acabar como ellos, no, ¡yo no!.
- Aquí los reyes somos nosotros ¿qué te creías?
¿Qué es esa voz? Debe ser una alucinación. Los muertos no hablan. Qué raro, me está entrando sueño... normal, hace rato que debiera estar en la cama. Seguro que me despertaré en el hospital y los médicos ya me habrán curado, todo habrá quedado en un susto. Qué sueño, un poco que duerma no me hará mal, me ayudará a ahorrar energía, así aguantare más tiempo. Pero seguro que no tardan mucho en encontrarme. Qué sueño. Qué sueño, tengo mucho sueño…

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el viernes, julio 22, 2011 0 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

La Sorpresa...

miércoles, 20 de julio de 2011

Esa noche llegué temprano a casa, el trabajo no estuvo pesado ese día y pude regresar temprano. En mi mente la idea de llegar y encontrarlo despierto me enloquecía de dicha, planeaba en mi cabeza, inocente de lo que ocurriría, una noche romántica con el vino que acababa de comprar y placer; pensaba ingenuamente que con eso llenaría los vacíos que dejaba el trabajo entre nosotros dos.

La lluvia caía cada vez más duro, como anunciándome la tragedia, pero no la quise oír, hacía mucho tiempo que había dejado de oír la lluvia, las flores, el aire, hacía tiempo que no vivía, era un zombie producto de una sociedad consumista que cada vez se hundía más en su propia miseria y rutina: números, café, números y más café, fin de mes, un sueldo que apenas cubría mis necesidades y la certeza de que el mes entrante sería igual. Al principio me fue difícil adaptarme a una rutina tan horrenda, durante mi adolescencia siempre critiqué a las personas robot, así solía llamarlas; ahora me había convertido justo en eso que tanto odiaba y criticaba.

Mi único escape a esa vida sin dirección, y a la vez con metas firmemente trazadas, era él. Lo conocí en un parque, fue tan hermoso ese día, ¿cómo olvidarlo? Él estaba allí sentado, con su guitarra y su voz mágica haciendo un poco más llevadera con sus canciones la vida de personas infelices como yo, mi meta de ese día era clara: el suicidio que siempre estaba entre mis planes; él quizá vio mi rostro y entendió que quería abandonar la vida, justo cuando pasé a su lado me sonrió y detuvo la canción, me invitó a sentarme junto a él y acompañarlo, pero ni siquiera me percaté de lo que me dijo, seguí caminando, como una mujer que se abandona a sí misma, porque después de todo eso era yo… Pero él se paró y corrió hacia mí, me tomó de la mano y me detuvo, en su mano izquierda llevaba la guitarra, cuando alcé la vista y vi su rostro entendí que era con él, con su sonrisa y su cabello largo y despeinado que quería levantarme todos los días del resto de mi existencia, existencia que, de no haber sido por él, no hubiese querido tener más.

Ahora ya llevaba años a su lado, lo amaba tanto, el tiempo ya había hecho estragos en nuestros espíritus y nuestros cuerpos, pero aún así seguíamos juntos, la rutina se había apoderado de mí y ya no lo hacía feliz.

Por eso quería sorprenderlo una lluviosa noche de lunes. Caminé desde el trabajo hasta la casa, la lluvia me besaba con fuerza. Llegué a casa por fin, toqué, pero nadie abrió, busqué entre mi bolso las llaves y abrí la puerta, al entrar oí gemidos, al principio me aturdí, pero luego de un rato descubrí que eran de una mujer y que provenían del segundo piso, despacio subí las escaleras y la puerta de mi cuarto, de nuestro cuarto, estaba medio abierta, pude distinguir la espalda de una mujer que se asomaba por las sábanas blancas, sábanas que yo había puesto el día anterior.

La mujer seguía gimiendo y retorciéndose sobre los miembros del hombre que un día me dio una razón para vivir y ahora me daba otra para morir. Las manos de él le acariciaban la espalda a esa linda mujer que ahora lo hacía sentir  hombre, en la cama donde yo algún día también lo hice. No soporté más la escena, retrocedí unos pasos y llamé la razón, no sabía si entrar y descubrirlos de nuevo, poder gritarle a él el dolor que sentía, el odio que me invadía y se apoderaba de mí por completo o simplemente irme, desaparecer de su vida, así como desaparecí de la mía hacía ya tiempo. En un intento desesperado por calmarme me tapé la boca para evitar que oyeran mis sollozos, las lágrimas brotaban de mis ojos a goterones, como la lluvia del cielo, que hacía sólo unos instantes me había avisado la tragedia y no había querido escuchar.

Duré no más de dos minutos atragantándome con mi propio llanto y mi dolor, dolor que sólo yo comprendía; me sentía menos mujer, después de todo buscó en brazos de otra el placer que quizás yo no le brindé, la belleza que yo había perdido hacía tiempo.

Mientras pensaba, la mujer no paraba de gemir y luego empecé a oír su voz, él también gemía, gritaban de placer y yo sólo me limitaba a oír, ella lo hacía dueño de todas sus fantasías sexuales diciéndole cosas que quisiera nunca haber escuchado.

Luego de un rato tirada en el piso, sentí de nuevo el llamado de la vida, olí flores frescas y bajé las escaleras, suavemente fui hasta la cocina, abrí el refrigerador y saqué una cerveza, encendí un cigarrillo mientras mis lágrimas, al igual que los gemidos de la mujer de arriba, cesaban.  Puedo decir con certeza que hacía años no disfrutaba tanto de una cerveza y un cigarrillo, el olor a vida me llamaba, terminé mi cerveza, encendí otro cigarro, ya sabía qué tenía que hacer, el cuchillo que reposaba en la mesa pasó a mi mano y el aroma a flores frescas lo percibía cada vez más cerca; ¡ah! cómo extrañaba yo los días en que olía flores junto a mi guitarra y buscaba mariposas posadas en los arbustos, extrañaba los días en que oía los cantos del viento y la risa del agua, extrañaba los días en que… vivía…

Subí de nuevo las escaleras, no me importó esta vez hacer ruido, abrí completamente la puerta y los ví allí. Estaban abrazados como dos seres que se aman, abrazados como un día yo lo abracé a él. El ruido de la puerta al abrirse los hizo percatarse de mi presencia. Recuerdo muy bien su expresión de sorpresa, me vio a los ojos, pero le parecieron muy feos y bajó la mirada… y ella, ella sólo trataba de vestirse torpemente.

No me dijo nada, no había nada que pudiera decirme… mientras yo sólo pensaba a cuál de los dos asesinar primero. Me decidí por ella, finalmente fue más el hecho de que fuera joven y bella lo que más me hería, así que tomándola por el cabello introduje el cuchillo en su vientre tantas veces como me fue posible, la sangre no se hizo esperar y el olor a flores frescas invadía mi olfato, podía oír el canto de la lluvia al caer sobre el tejado; terminé con ella y caminé hacía él, que permanecía inmóvil, no creo que me creyera capaz de cometer algo como lo que acababa de hacer, lo tomé también por el cabello, pero él de un golpe se soltó y me empujó, recuerdo tanto su expresión de desconcierto y sorpresa, caí al piso levantándome casi inmediatamente y arremetiendo de nuevo contra él, contra su pecho, contra su rostro, contra sus ojos y su sonrisa, clavé el cuchillo en su carne mientras me empecé a divagar con una guitarra en el patio de mi casa uniendo acordes y creando lindas melodías, a mi lado, en un jardín de flores humedecidas por el rocío y el viento levantando mi cabello y haciéndome soñar, las mariposas jugueteando a mis espaldas y una sensación de tranquilidad y paz. No estoy segura de cuánto tiempo duré en letargo, sólo sé que fue el suficiente para sentirme viva otra vez…

Todavía tengo su sonrisa guardada en el alma y su sangre seca en mi rostro. Ahora puedo decir que logré mi objetivo, finalmente lo pude sorprender aquella noche de lunes…
Por: Andrei Garlarza

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el miércoles, julio 20, 2011 0 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

Miedo enRED@do

martes, 5 de julio de 2011



¿Has hablado alguna vez con gente muerta? Yo solía ser un hombre incrédulo, racional en toda circunstancia. Solía hacer chistes con los muertos, con mis muertos, tomar a broma los relatos de apariciones, conjuros y todo lo relacionado a espíritus. Ahora ya no puedo.

Es maravilloso el avance de la tecnología. La primera vez que me invitaron a una página social no sabía por dónde empezar, con tanta información. Subí mi foto, llené mi perfil y, sin mentir, me dediqué a adornar tanto como pude mi solitaria vida. Ya que tenía algo de práctica y después de aceptar a algunos contactos como mis amigos, me aficioné a visitar páginas de antiguos conocidos, con lo que me entretuve y me asombré de todo lo que puede contar una foto o un detalle de las personas, más allá de lo que afirman sobre su vida. Ya no vivo en mi ciudad natal, y había perdido contacto con muchas personas, incluso de mi familia, así que en mi búsqueda me reencontré con algunos de ellos.

Me sentí nostálgico cuando revisé perfiles de antiguos compañeros de escuela o de trabajo, me alegré por algunos y compadecí por otros; me reí pensando que unos no cambian, me impactó ver como otros han cambiado demasiado, ojala en todos los casos para bien. Mi curiosidad me llevó a buscar a mis ex novias o chicas con las que salí y no sabía nada de su vida. En algunos casos la información era pública y sórdidamente me divertí un rato, mientras que en otros me quedé con las ganas de saber si salían con alguien, tenían hijos o se habían puesto gordas.

Es curioso ver las fotos que publican, algunos para presumir cómo viven o viajan, otros sólo para compartir cosas importantes de su familia. Algunos ponen 25 fotos de la misma escena, y tienen colección de todos los acontecimientos, aunque sean cotidianos. Las fotos principales, que van junto al nombre, también revelan aspectos importantes: los hay quienes están solos, en primer plano, al fondo en un bello paisaje, acompañados de su pareja, solo con sus hijos, o todos juntos. A veces aparecen sólo sus hijos, un dibujo o un logo. Y algunos, extrañamente, no ponen una foto jamás. Así que ese archivo, esa vida virtual, se convierte en un reflejo de la propia vida. En casi todos los casos, porque los muertos no pueden narrar lo que piensan o sienten. O eso era lo que yo creía. Solía revisar mi página unas cuatro veces por semana, aunque al principio, con la novedad, pase algunas semanas haciéndolo a diario, incluso dos o tres veces al día.

Un día, se me ocurrió una broma macabra para el día de halloween: abrir una cuenta con el único compañero de generación fallecido; enviaría mensajes al resto de la generación y conseguiría polémica, susto entre ellos y, para mí, mucha diversión. No sé realmente por qué pensé que sería divertido. No sé por qué pensé en Horacio, ya que era un buen tipo, moderadamente bien parecido y popular, aunque nunca fuimos muy cercanos. Supongo que por esa razón, nunca conectarían que yo pudiera administrar esa cuenta falsa. Éramos compañeros de salón, algunos años en la pequeña ciudad a la que pertenezco, hasta que él se había mudado a otra ciudad y yo a la capital del país. Un día, de forma extraña, hace unos 11 años ya, recibí una llamada en mi trabajo. Era Horacio, interesado en hacerme unas preguntas porque sabía que yo vivía en la capital, y pensaba visitarla. En el anuario consiguió el teléfono de la casa de mis padres, mi madre le había dado mi nuevo número.

No me dio muchos detalles, sólo dijo que andaba tras una muchacha por aquí y que necesitaba los datos de un hotel cercano a su casa y económico. Se los di, junto con el número del apartamento donde yo vivía. Pasaron algunos días y una noche, mientras bebía una cerveza frente al televisor, sonó el teléfono. Era Horacio, se oía abatido y triste. Me agradeció los datos del hotel, que le había resultado cómodo y me contó que las cosas no habían salido bien, que había visto y salido con la mujer a la que pretendía, pero que ella lo había rechazado, al parecer tenía un novio. Entonces intenté consolarlo, compadecido de que se encontraba solo en una ciudad grande y recurriendo a alguien relativamente extraño. Así que lo invité al apartamento, a charlar y beber, pero rechazó la invitación. Si me informó cuando regresaría a su ciudad no lo recuerdo.

Pocas semanas después, experimenté una dolorosa sensación: me había enterado de la muerte de Horacio, que fue en su departamento, en circunstancias extrañas, de las que realmente nadie sabe, ya que circularon varias versiones: un asalto, un accidente casero… todo en medio de sangre. El cadáver lo encontró su hermano, que fue en su búsqueda después de algunos días de no contestar sus llamadas. Eso debió ser perturbador, porque regresó a vivir con sus padres después de aquello. Mi madre me informó la tragedia cuando lo leyó en el periódico local, al recordar que le había llamado preguntando por mí.

Llevé a cabo mi plan: Abrí la cuenta después de averiguar algunos detalles como fecha de nacimiento. Pasé algunas horas aquel viernes enviando mensajes de contacto a cada uno de los compañeros de la escuela, siguiendo una lista que previamente elaboré para evitar olvidar alguno, empezando por sus amigos cercanos o quienes aparecían frecuentemente en algunas fotos viejas que había conseguido. Claro que no me olvidé de las chicas que se rumoraba le gustaban o había salido con ellas. Me tardé bastante y aún con lo cansado que estaba después del trabajo, complete la lista y oprimí "enviar".

Pero sin conocer las reacciones de todos esos contactos, me llegó el primer mensaje. Fue a la mañana siguiente de enviarlos, movido por la curiosidad, ingresé a mi cuenta con la idea de leer mensajes de pánico o de indignación (más respeto a los fallecidos) y tenía un mensaje en la bandeja de entrada. Remitente: Horacio Cárdenas. Me temblaron las piernas y una oleada eléctrica me recorrió la espalda. ¿Alguien me estaría devolviendo la broma? Nadie conocía mi intención de hacerla ni la palabra clave de ingreso a la cuenta. Al leer el mensaje reconocí a su autor: Horacio. –Hola- recitaba el saludo, -desde mi visita a tu ciudad mi vida se complicó, hasta terminar, ahora estoy en un lugar extraño y he encontrado la forma de conectarme contigo, espero me ayudes-. Esa fue la primera pista, nadie, —ni mi madre— sólo la mujer que visitó y yo, sabíamos que había estado aquí.

Fueron los dos días más angustiantes de mi vida. El fin de semana más espantoso. Cerré de golpe la computadora y me salí del departamento. Caminé nerviosamente por la calle y me detuve a comprar un café. Todavía era muy temprano, había poca gente y yo me sentía asustado y perseguido. Volví como a la media hora, intentando convencerme que haber dormido poco me había afectado. Abrí la computadora y entonces leí: -No te asustes, compañero, que lo que hayas oído de los espíritus malos no aplica en mi caso, te perdono la broma, pero en serio necesito tu ayuda. P.D.: ¿Te gustó tu café?

Poco a poco el espacio público se fue llenando de los esperados mensajes, de casi todos los que había contactado, excepto yo. Mandaría alguno o sospecharían. Me fue difícil porque me temblaban tanto los dedos que escribir se hacía casi imposible. -Necesito que mi familia sepa porqué morí- Me pedía en su siguiente mensaje. Yo daba vueltas de un lado a otro, no tenía hambre o sueño y casi me da un infarto cuando sonó el teléfono. A pesar de que era un insistente vendedor de seguros, agradecí su llamada y la atendí como una forma de sentirme acompañado o auxiliado por alguien.

Por fin me decidí a responder los mensajes, cuando comprobé que sólo a mí me habían llegado. –¿Qué quieres que haga? Si puedo, te ayudaré, pero antes dime: ¿que fui a hacer a tu casa el segundo año que compartimos juntos?- Intenté autentificar que fuera él, haciéndole una pregunta difícil de recordar para él o de saber para alguien más. –Un trabajo de maquetas- escribió, -lo recuerdo porque manchaste mi silla favorita mientras comentabas que te gustaba mi colección de cochecitos, sobre todo el cavalier sedán 1953-. Increíble la precisión de la respuesta, así que me convencí.- Te contaré la verdad de mi muerte y te encargarás de que la sepan, y cuando mueras notarás de algún modo que habré agradecido lo que haces por mí-. Pensé que era mejor que no me agradeciera de ningún modo ni que mencionara mi muerte como un evento cercano, a pesar de saber que era un evento inevitable. -Después de estar aquí en tu ciudad y ver a la mujer de la que estaba enamorado, regresé a la mía, profundamente triste. Ella me rechazó, de una forma cruel después de haberme dado esperanzas, de recibir regalos y atenciones de mi parte y de pedirme que la fuera a buscar. No sabía porque lo hizo, hasta el día en que morí. Tenía lágrimas en los ojos la última vez que nos vimos, pero pensé que eran fingidas, pensé que realmente era una mala persona, pero es un ángel. Pensó en sacrificarse por mí y no supo que alguien terminó sacrificándome.-


De repente mi miedo se confundió con mi curiosidad, con las ganas de resarcir no haberlo escuchado aquel día que me llamó afligido y que ahora podía compensar… ¿informando a la familia lo sucedido? Me creerían o peor aún: ¿Me culparían de alguna forma? -Aquella noche en la que morí, abrí la puerta, saludé a mi visita, y después de ofrecerle alguna bebida, recibí un golpe en la cabeza que me aturdió, con el mismo vaso en donde le había servido un refresco. Sin recuperarme aún, me acusó de pretender a la mujer que él amaba, a la que había amenazado para que me dejara, pero que de cualquier modo sabía que yo seguía presente en su corazón, que mientras viviera no había esperanza de que me olvidara y, peor aún, de que lo amara a él. Así que me asestó tres puñaladas mortales y luego me empujó con fuerza tal que recibí un fuerte golpe en la cabeza. Diles a mi madre y a mi padre que mi asesino lleva mi sangre y vive con ellos. Dile que fue mi hermano quien hundió su cuchillo en mi cuerpo.-

Al leer aquello me dio vueltas la cabeza, cómo les diría, no tenía pruebas, me quedaba claro que era una advertencia importante y tenían que saber. Era mi responsabilidad. Pase esa noche revolviéndome en mi cama, y cercano al amanecer me venció el cansancio. Dormité algunas horas y en la mañana me levanté mareado y vomité un poco. Hacia el mediodía comí ligeramente, presionado por las treinta y dos horas que tenía sin comer. En la tarde me decidí y llame a sus padres, pensando que avisaría que iría a visitarlos para darles la noticia en persona. Así que llamé, sin pensar mucho que pasaría si contestaba el hermano, o que pasaría si al llegar allá me toparía con él. Pensé en anunciarme para el siguiente fin de semana, ya que el viaje sería largo. –Bueno-, contestó su madre pausadamente, con un tono que se me figuró tendría después de mucho llanto. -Sra. Cárdenas, habla un amigo de Horacio, ha pasado mucho tiempo y no creo que se acuerde de mí, tengo algo importante que decirle y me gustaría ir a verla, vivo en la capital y quizá haré el viaje la próxima semana, ¿podría recibirme? Lo que tengo que decirle también concierne a su esposo- Me pareció oír un sollozo, y la madre de Horacio me contestó: -Efectivamente no te recuerdo, pero te recibiré. Aunque podría no ser la próxima semana, sino hasta dentro de algunas más y no estará mi esposo ya que lo enterramos el día de ayer-. –Disculpe, ¿Necesita ayuda? ¿Cómo murió?- Pregunté cortadamente –Fue muy extraño, sospechamos de suicidio, aunque tenía un golpe en la cabeza difícil de provocárselo él mismo, pero no te puedo dar detalles, tengo que colgarte, llama después, por mi no te preocupes, estoy con mi hijo menor, que me cuida.- Y cortó la llamada. 

El corazón me latía aceleradamente mientras colgaba. La muerte del padre de Horacio sucedía mientras me asignaba mi misión. ¿Era responsable ahora por la suerte de su madre? ¿Debía llamar a la policía? ¿Quién me creería? Irracionalmente pensaba también en algo que me producía más terror: Ver descubierta mi broma en la red y las consecuencias que había traído. Lloré apesadumbradamente sobre mi computadora.

De repente, de un sobresalto me levanté de mi escritorio, habían pasado algunas horas, pero aún era viernes. El mensaje estaba terminado, la lista de nombres completa, sólo faltaba oprimir "enviar", al parecer me había quedado dormido. No sentí alivio, pero al intentar borrar de mi máquina y de mi mente aquella horrible broma, abrí un mensaje del hermano de Horacio que decía: -Confío en tu silencio, sé que vives solo-.

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el martes, julio 05, 2011 0 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Relatos Inexplicables del Más Allá

Despedida

miércoles, 29 de junio de 2011


Parecía ser otro día más en el hospital, llegar muy temprano para pasar visita con los médicos y ver a los pacientes que se encuentran internados en el servicio de Ortopedia Pediátrica.

Como Trabajadora Social mi responsabilidad principal es la de cuidar que todos los familiares tengan pase, realizar algún traslado que se requiera, verificar que cuenten con los materiales necesarios para su cirugía, etc.

Ya al mediodía, de ese día viernes, caminé por un pasillo que sirve como entronque de tres rutas posibles: al Hospital de Rehabilitación, al de Ortopedia (que es de donde yo venía) y al Auditorio; de frente pasó junto a mí el Dr. del Toro, un médico, alto, ya entrado en años, de los de más antigüedad en el hospital, canoso, de ojos claros, siempre usando esa agua de colonia que usan los señores grandes y la cual podía uno percibir a un metro de distancia. Me saludó como de costumbre "Buenas tardes, licenciada" y prosiguió su camino rumbo al Auditorio.

El día Lunes siguiente, por la mañana, una colega me preguntó: "¿Supiste que murió el Dr. del Toro?"; me sorprendí como cuando alguien recibe la noticia de cualquier muerte ocurrida en fin de semana (lo cual supuse sin preguntar); pensé sin comentarlo, bueno ya era un señor de edad avanzada, no es rara su muerte, a continuación le pregunté a mi compañera de trabajo: "Oye, ¿Cuando murió el sábado o el domingo?" Volteo a mirarme con ojos de extrañeza y me respondió: "Ninguno de los dos días. Él murió el viernes pasado por la mañana, ¿No escuchaste que se le realizó un homenaje de 'cuerpo presente' en el Auditorio a mediodía, ese mismo viernes?".

Se me erizó la piel de sólo escuchar aquello y entre mis adentros me dije: "PERO YO LO VI A ESA HORA… CAMINANDO AL AUDITORIO" e inmediatamente pensé: "tranquila… debe ser un error, quizá fue el viernes antepasado y yo estoy confundida". Le mencioné a mi compañera: "Adela… creo que lo vi el viernes pasado o el antepasado" y ella me contestó mas extrañada aún: "No lo pudiste ver ni el viernes pasado, ni el antepasado, ni uno antes de ese… Él ya tenía muerte cerebral desde hace dos meses, pues lo operaron de la columna y se complicó en quirófano; estaba hospitalizado en terapia intensiva desde entonces esperando que su cuerpo finalmente muriera ¿Qué no lo sabías?" Sólo atiné a mover la cabeza en actitud negativa y alcancé a decir: "Ahora estoy segura que lo vi el viernes pasado… se despedía de mí antes de dirigirse a su homenaje en el Auditorio".
 
 
Escrita por: Pilar Carmona
Fotografía de: Quim Roses

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el miércoles, junio 29, 2011 0 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Relatos Inexplicables del Más Allá

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