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La Mansión Encantada

El Relicario de Isabel

lunes, 25 de enero de 2010


Era una madrugada más en la Ciudad de México, pero lo que hacía a esta noche especial era que se sentía más fría y más oscura que otras y un taxista se disponía a regresar a su casa después de todo un día de arduo trabajo.  En la calle ya no había gente deambulando, pero al pasar frente a uno de los cementerios de la ciudad, se percató de que una chica le hacía la parada, éste se siguió debido a que se encontraba exhausto, además de que ya era muy tarde para hacer otra dejada.

Sin embargo, a los pocos segundos reflexionó y pensando en su sobrina de 17 años que había sido asaltada tres años atrás, pensó: "pobre chica, no la puedo dejar ahí expuesta a no se qué miserable" y, acto seguido, retrocedió su vehículo hasta llegar a ella, quien parecía tener aproximadamente 18 años.  Al contemplar su rostro, el taxista sintió un frío intenso y cierto sobresalto, al que no le dio demasiada importancia, pues la niña era dueña de un rostro angelical, inspiraba pureza, de piel blanca, cabello sumamente largo, de complexión delgada, facciones finas, con unos grandes ojos color marrón, pero infinitamente tristes, tenía puesto un vestido blanco de encaje y en su cuello colgaba un relicario bellísimo de oro.

El taxista acongojado le preguntó hacia dónde se debía dirigir y ella le respondió que quería que la llevara a visitar siete iglesias de la ciudad, las que él quisiera; su voz era suave, muy triste, pero dejaba notar un tono muy extraño, que le dejó una sensación de cierto miedo y misterio.

El conductor del taxi la llevó a cada una de las siete iglesias sin replicar, en cada una ella pasaba cerca de tres minutos y salía con una expresión de serenidad y tranquilidad, pero sin abandonar de sus ojos esa mirada de profunda tristeza.

Al final del paseo, ella le dijo al conductor del taxi: - Discúlpeme si he abusado mucho de su bondad, mi nombre es Isabel, no tengo dinero para pagarle en este momento, sin embargo le dejaré este relicario, pero antes quisiera saber si me podría hacer un último favor: Vaya a la colonia del centro, en esta tarjeta está anotada la dirección donde vive mi padre, entréguele mi relicario y pídale que le pague su servicio, ah!, y dígale que lo amo en el alma y que no se olvide de mí.  Ahora déjeme donde me recogió, por favor.

El taxista se sintió como en un trance, en donde actuaba automáticamente a la petición de la chica, y la dejó ahí, frente al cementerio donde momentos antes ella lo había abordado.  El hombre se fue a su casa, pero se sentía mareado, le dolía intensamente la cabeza, y su cuerpo le ardía por la fiebre que empezaba a tener, su esposa lo atendió de ese repentino mal, duró así tres días.

Cuando se recuperó, trajo a su mente lo que le sucedió en su última noche en el taxi, recordó a la jovencita angelical de las iglesias y también la petición que ella hizo y pensó que todo había sido muy raro, supuso que quizá ella se había fugado de su casa, pero ¿por qué la había recogido y regresado a aquel cementerio?, ¿de qué se trataba realmente todo eso?, de pronto pensó en el relicario, al tiempo que dirigía su mirada a su mesita de noche, donde noches antes lo había dejado.  Ahí estaba la joya que, aunque estaba un poco sucia de tierra, se distinguía por su brillo y metal precioso.

Se paró súbitamente, tomó su taxi y fue a la dirección que le diera la chica, pero no con la intención de cobrar por el servicio que había quedado pendiente, sino de descubrir la verdad detrás de ese misterio que le inquietaba, que le estremecía extrañamente y que no le había dejado en paz desde entonces.

Tocó a la puerta de madera, era una casa grande, estilo colonial, antigua, de esas que caracterizan a las de esa zona de la ciudad; entonces abrió un hombre de edad avanzada, alto y con unos ojos como los de Isabel en rasgos, pero sobre todo idénticos en su aspecto triste.  El taxista le dijo a ese hombre: - Disculpe señor, vengo de parte de su hija Isabel, ella solicitó mis servicios hace tres noches, me pidió que la llevara a visitar siete iglesias y, luego de hacerlo me dejó su relicario como prenda para que usted me pagara.

El hombre al ver la alhaja rompió en un inconsolable llanto, hizo pasar al taxista y le mostró un retrato.
- ¿Es ella la chica de la que me habla? —le preguntó el hombre—.
- Sí ella es, con ese mismo vestido —respondió el taxista—.
- No puede ser, precísamente hace tres noches mi querida hija cumplió siete años de muerta, falleció en un accidente automovilístico y este relicario que le dio fue sepultado con ella y ese mismo vestido, el mismo de la foto, que era su favorito... ¡hija, perdón, debí haberte hecho una misa, debí haberme acordado de tí, debí...!.

El hombre lloró, lloró y lloró como un niño, el taxista estaba pálido, pasmado de la impresión, ¡había convivido con una muerta!... eso lo explicaba todo.

Volviendo de su estupor, le dijo al padre de Isabel: - Señor, yo la ví, yo hablé y conviví con ella durante el servicio que le brindé; ella me dijo que lo amaba, que lo amaba mucho, y que no se volviera a olvidar de ella, creo que eso le dolió mucho.

Se dice que el padre de Isabel recompensó al taxista obsequiándole toda una flotilla de taxis para que iniciara un negocio propio, todo en agradecimiento por haber ayudado a su niña adorada a visitar las iglesias en su aniversario luctuoso.

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el lunes, enero 25, 2010 9 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Relatos Inexplicables del Más Allá

La Dama de Los Tacones

martes, 12 de enero de 2010



Las tradiciones familiares mexicanas son estrictas.  Una regla no escrita obligaba a por lo menos una de las hijas a quedarse junto a los padres en su vejez.

Ese era quizá el caso de "La Taconera", quien habiendo ya alcanzado una edad madura, permanecía junto a su madre, quien rondaba los 90 años, por su delicado estado de salud.

Nadie recuerda el nombre de aquella dama, que, según la leyenda, recorre aún las calles del Centro Histórico de Coahuila, que vivió en una modesta casa de la calle del Camposanto (hoy Juárez).

No tuvo nunca un prometido, pero por el día en el pueblo se murmuraba sobre lo que se escuchaba de noche: sus tacones, bajando la calle entera hasta donde terminaba el cuadro urbano y comenzaban los establos y algunas casas de adobe detrás del Ateneo Fuente.

Se decía que engalanada acudía hasta allí para visitar al hombre con quien sostenía un romance.  Las calles en absoluto sosiego al caer la noche amplificaban el sonido de sus pasos.  "Ahí va La Taconera", solían decir las vecinas que alcanzaban a escucharla en su diario recorrido nocturno.

Su madre sufría por las habladurías.  Algunos vecinos estaban seguros de que su hija la descuidaba, olvidándose a veces incluso de alimentarla, por lo que le recriminaban su irresponsabilidad.

Una noche, al regresar de su encuentro romántico, la joven encontró muerta a la anciana.  Lo grave —sobre todo para la época— fue que la muerte la sorprendiera en absoluta soledad, sin ningún familiar a quien dar una última bendición y sin un sacerdote que diera soporte espiritual a sus últimos momentos.

Y esa fue la causa de la gran culpa que pesó sobre la joven.  No volvió a salir por las noches en busca de su amado.  Cuentan que el arrepentimiento no la dejó vivir más y finalmente murió de pena.

Meses después los vecinos del barrio volvieron a saber de ella.

Muchos aseguraban ver su silueta esfumarse en el mismo recorrido que hacía para llegar a la casa de su amado.  Otros afirmaban escuchar por las noches el paso marcado de sus tacones.

Los testimonios abundan a lo largo de todo el camino que tantas noches siguiera "La Taconera": de la calle del Camposanto al poniente, doblando en la calle del Reloj (hoy Bravo), hacia el norte por Hidalgo, hasta el campo del Ateneo.

Quienes intentaban seguir el sonido de sus tacones no los alcanzaban nunca.  Y aun más curiosa es la afirmación popular de que quienes caminan en sentido contrario no escuchan nada.

Más de 60 años han transcurrido, pero aún hoy, vecinos de las calles Juárez y Bravo, aseguran escuchar por la madrugada el misterioso taconeo.


Enviada por: Mónica Lee/Saltillo, Coahuila, México

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el martes, enero 12, 2010 9 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Leyendas Urbanas

Darling No Le Teme a Nada

domingo, 3 de enero de 2010



Encima de una gran roca, frente al sucio, oscuro y tenebroso pantano se encontraba Darling, junto a sus dos mejores amigas: Brenda —quien parecía mostrar sus ojos temerosos al lúgubre panorama que se podía apreciar con certeza escalofriante— y Mago —aquella que no podía soportar un instante más en ese lugar, pues daba la impresión de que los demonios carroñeros saldrían de los charcos lodosos para empezar a comérselos a todos, lenta y dolorosamente sin dejar ni los huesos de aquellos inocentes niños que no saben de los peligrosos entes desconocidos que habitan en los diferentes planos astrales—. Los tres lo contemplaban desde arriba del risco.
- ¿Así que este es el famoso pantano embrujado? —preguntó Darling mientras se inclinaba al suelo para tomar una pequeña roca cercana a su pie derecho, lleno de seguridad, sin titubear, y sin dejarse de intimidar por el sombrío aspecto que poseía el entorno—.
- Todos dijeron eso en la escuela, incluso de aquellos enanos que no paran de saltar en los árboles, o las voces que te llaman por tu nombre, esas que no te dejan de sonar en los oídos, sin darte cuenta de que vas siguiéndolas… y cuando reaccionas, te encuentras perdido en medio del pantano. La voz de Brenda, quien explicaba los aparentes sucesos que ocurrían en el lugar, empezaba a cortarse, el miedo que causaba con tan sólo ver el pantano, producía un intento desgarrador, para no volver jamás.
- Yo no me quedo, han contado tantas cosas terribles de este lugar, que no quisiera comprobar si son ciertas o no —menciona Mago, postrando su semblante inquietante, y lleno de angustia, queriendo salir despavorida de ese terrible contorno espectral—.
- ¿Qué opinas tú Darling? —le pregunta Brenda mientras voltea a verlo junto con Mago, esperando una respuesta de su amigo, quien parecía estar concentrado, mirando atentamente lo lejos que llegaba el pantano—.
- Pues no, a mi no me da ni un poco de miedo… aceptaré la apuesta de Renzo, si en verdad existe una copa de oro custodiada por el espectro de un maligno guerrero antiguo en el pantano, la traeré sin preocupaciones y de inmediato. Con esa gran confianza por parte de él, arroja su pequeña piedra a los charcos del pantano, sin temor a poder despertar a las posibles fuerzas oscuras que parece permanecían estar dormidas en lo más profundo de esas tierras maquiavélicas.
- ¿Estás seguro de eso?, los rumores cuentan de que el espectro aún sigue vagando nuestro mundo y visitando el infierno también, deseando quedarse, pero no puede, pues su misma ambición de que no le robaran la muy valiosa copa de oro lo llevó a su muerte, si se la robas, estarás en graves problemas —le advierte Brenda seriamente—, parecía que se tomaban muy en serio las leyendas locales en esos parajes.
- Renzo es más que un mentiroso, ¿recuerdas la apuesta que me hizo al quedarme una noche despierto en la mansión de la abuela Tosh?, no ocurrió nada, ni siquiera escuchamos los supuestos sonidos de las tazas de porcelana al romperse, es por que nada de eso existe, ¡absolutamente nada!. La seguridad que Darling producía en sus palabras, parecía darle una postura del más valiente en la zona.
- Ganaste esa apuesta, y también la de tocar la campana de la iglesia abandonada —menciona Mago impresionada por la valentía de su amigo—.
- Fue divertido, y decían que aparecían monjes que se llevaban el alma de aquellos que se atrevían a entrar a los dominios de la iglesia…, ¡sí, claro!, son sólo patrañas, inventos de la gente… nada de eso puede ser real, por algo soy el número uno en la clase de física —sonríe Darling sin preocupación o estrés alguno en su forma de expresión—.
- Pero esto es diferente, hay personas que dicen haber visto cosas tan horribles por este pantano, que no saben cómo describirlas. —le replica Brenda con una preocupación notoria—.
- Claro que no… puentes, casas, iglesias y pantanos embrujados sólo los he podido conocer en libros de terror baratos y muy malos por cierto —dice Darling vomitando, incluso, su seguridad ante todo lo insólito—.
- Pues aún sigo dudando, has ganado mucho dinero con las apuestas de Renzo, creo que este es el último lugar supuestamente encantado en la ciudad —dice Mago, quien no dejaba de contemplar el horripilante paisaje—.
- Sí, lamentablemente el último, imagina cuánto dinero perdería el tonto de Renzo, sólo por creer en estas locuras —dice el valiente con algunas risas mientras comienza a alejarse de la orilla del risco—.
- Espera, ¡no nos abandones aquí! —dice Brenda quien, junto con su amiga, comenzó a seguir a Darling para marcharse del pantano embrujado—.

Los tres salieron del apartado lugar fangoso, adentrándose nuevamente a las calles de la ciudad.
- Tengo un mal presentimiento —mencionó Mago en voz baja mientras caminaban sobre la banqueta—.
- No es para tanto, recuerda bien estas palabras, ¿de acuerdo?: ¡yo no le temo a nada! —gritó Darling sin importar cuanta gente lo viera, él parecía tener tanta confianza en su esceptisismo, que era sorprendente—. Pero justo en ese momento, apareció frente a él, su ya conocido apostador compañero de clases: Renzo.
- Mira a quién tenemos aquí, pero si es el señor pantano embrujado, ¿crees que, con tan sólo verlo, me intimidaría?, por favor, necesitas algo mejor. —dice Darling lleno de seguridad en sus palabras—.
- Veo que ni siquiera un pequeño temblorcito te causó el pantano embrujado, eso quiere decir que aceptas mi apuesta. —le dice Renzo con una normal sonrisa en su rostro—.
- Te acepté la apuesta, incluso, antes de venir, ten listo el dinero para mañana, pues cuando comience a anochecer, entraré al pantano y seguiré el camino lodoso en donde dicen que te lleva hasta la copa de oro —así, Darling extiende su mano justo enfrente de Renzo, símbolo de pactar con la apuesta que se habían propuesto ambos—.
- ¡Claro! —responde el apostador cerrando la propuesta al estrechar la mano de Darling—.

Brenda y Mago eran las únicas testigos en el asunto, ya se había comenzado con un trato que no se podía romper; ese día Darling durmió sin preocupación, cosa que sus amigas no pudieron conciliar de inmediato.

Al día siguiente, ya casi cuando el sol parecía meterse en el horizonte de unas grandes montañas, el joven valiente se apresura a llegar hasta el pantano, montado en su bicicleta todo terreno, pero claro, mostrando su cara llena de seguridad y sin ningún rastro de temor.

Y por fin, llegó a su destino, justo en el risco de la gran roca se encontraban ya sus queridas amigas, así como también Renzo, quien parecía impaciente al poseer sus brazos cruzados.
- Muy bien, entraré cuando quieras —le dijo Darling deteniendo su bicicleta al lado de los tres—.
- Creí que te habías arrepentido, pero veo que en realidad no le temes a nada, ¿cierto Darling? —preguntó Renzo mientras saca de su bolsillo un collar lleno de plumas blancas, para colgárselo de inmediato—.
- Claro, no le temo a nada… ¿Por qué demonios te pones esa cosa? —le preguntó el valiente nuevamente—.
- Voy a entrar contigo, quiero asegurarme de que podamos llegar hasta la copa de oro, el collar con plumas blancas me ayudará a alejar a los malos espíritus del pantano —dijo Renzo sintiéndose seguro de su artilugio—.
- Como quieras, da igual, apuesto a que nada es real —menciona Darling sin dejarse intimidar aún—.
- No lo sé, ¿por qué mejor no anulamos esta tonta apuesta? —preguntó Mago en medio de la charla interesante—.
- ¡Ni pensarlo!, este es el último reto; si gano, Renzo tendrá que admitir que, en realidad, Darling no le teme a nada —menciona el orgulloso y, a la vez, valiente joven que no parecía detenerlo nada—.
- Está bien, pero comiencen a entrar de una vez, antes de que se haga más tarde todavía —dijo Brenda— y así se hizo, los dos jóvenes bajaron el pequeño risco de la roca, Darling acompañado con su bicicleta a su costado derecho y Renzo con su collar de plumas blancas en el cuello.
- ¡Si anochece regresen lo más pronto posible! —les gritó Mago desde arriba, cuando apenas ambos se empezaban a adentrar—.
- ¡No te preocupes!, ¡yo lo tendré todo bajo control! —le contestó Darling orgullosamente, mientras se detuvo por un momento—.
- ¿Qué es lo que te hace sentir tan valiente? —le preguntó Renzo en voz baja, mientras se detuvo por un momento también, su acompañante lo regresó a ver inmediatamente, un tanto molesto por lo que le había dicho—.
- El simple hecho de no creer en todo lo que cuentan, en ignorar los falsos rumores de las personas y, lo más sencillo: estudiar física por horas, todo de lo que hablan, viola las reglas de esta vida —menciona el incrédulo, valiente, orgulloso, y ahora inteligente, Darling, mientras que ambos continúan su caminata por el camino lodoso del pantano—.
- ¿Pero cómo es que conoces por completo a la vida?, o al menos ¿cómo aseguras de que sólo existe nuestra realidad, y no otra? —le replica Renzo, que al parecer sus creencias se inclinan más hacia lo desconocido—.
- Por el simple hecho de investigar, de informar con hechos, con bases, con pruebas, no con las tonterías que salen en la televisión o en los cines —le responde Darling con términos aparentemente lógicos—. Así la charla, discusión o debate, continuó por todo el camino, olvidando cuál era la motivación de estar recorriendo el pantano, como también el anochecer empezó a tomar papeles en el asunto.

Después de un considerable tiempo de luchas entre pensamientos, ideas y creencias, ambos se percataron de algo…
- Darling espera… el camino lodoso, ¡mira! —le exclama Renzo, donde parecía que todo había llegado a su fin, mientras que en frente se podía apreciar una cueva, una oscura, sombría y temible cueva—.
- Estupendo, es ahí en donde se supone que debe encontrarse la copa, ¿no? —le pregunta Darling mientras recarga su bicicleta en el muro de una roca—.
- Supongo que sí, es hasta donde nos lleva el camino lodoso —dice Renzo sin quitarle la mirada a la cueva—.
- Pues ¿qué esperamos?, ¡entremos!.

Con seguridad, Darling empieza a introducirse a la oscura abertura, con su acompañante siguiéndolo por detrás. Al adentrarse, el cambio se podía notar, entre el calor extraño hasta el frío incontrolable que se podía respirar desde adentro, la oscuridad parecía taparles la vista por completo.
- Es demasiado oscuro, ¿no crees que deberíamos regresar? —le pregunta Renzo sin dejar de caminar por la inmensa cueva—.
- Olvídalo, llegamos hasta aquí solamente para probar algo, y no nos iremos hasta que lo escuche de tu boca.
Así, una destellante luz se formó, se trataba de una pequeña linterna, cortesía de Darling.
- Como quieras, menos mal que trajiste algo de utilidad, algo que no sea solamente tu presunción y orgullo —le dijo Renzo con algunas cuantas risas—.
- ¿Qué dijiste?, no puedes burlarte así como así —dijo Darling mientras lo empuja levemente—.
- Sólo digo la verdad —le contestó Renzo devolviéndole el empujón—.
- ¡Ya basta! —le gritó Darling empujándolo el doble de fuerte, pero esta vez tomó por equivocación el collar de Renzo, rompiéndolo de su cuello inmediatamente mientras que él chocaba contra la pared rocosa—.

De pronto, algo se escuchó caer al suelo, la luz de Darling se dirigió hasta el sonido, increíblemente se logró apreciar al alumbrarlo, que se encontraba la inigualable copa de oro.
- ¡Es la copa! —gritó Renzo lleno de emoción—.
- ¿La copa?... eso quiere decir… ¿Qué todo es cierto?... —preguntó Darling y después mantuvo un silencio perturbador, seguido por unos extraños sonidos provenientes de la oscuridad que les acompañaba—.
- ¿Qué sucede?, ¿Qué es eso? —preguntaba Renzo lleno de temor también—.
- ¡No lo sé!, ¡pero hay algo aquí que tocó mi hombro! —gritó Darling lleno de terror, pues comenzaron a notar que no estaban solos—.

El valiente joven se inclinó de nuevo a recoger la copa de oro, y queriendo volver para salir de la cueva empezó a correr, pero no llegó muy lejos pues se tropezó con un bulto en el suelo y al mismo tiempo se empezaron a emitir los gritos desgarradores de Renzo. La linterna rodó por el suelo, hasta detenerse a un punto fijo, el cual alumbraba el rostro repleto de sudor y sangre de su acompañante aterrorizado justo a su lado mientras decía:
- ¡Darling…! ¡Darling…! ¡no tengo mi collar…! ¡no lo tengo…! —esas palabras llenas de horror y pánico fueron las que se escucharon de parte de Renzo, puesto que después, un ruido pesado y fuerte empezó a hacerse presente. Se dio cuenta de que algo se estaba llevando a su compañero, algo que no se podía apreciar por la oscuridad en ese gran agujero—.

El joven ignoró su valentía, ignoró su orgullo, ignoró, incluso, toda explicación lógica que había leído en sus libros y, también, la misma con la que había logrado aprobar todos sus exámenes en la escuela, pues aterrorizado y mudo por completo, salió despavoridamente de la cueva.

- ¡Darling!, ¡Darling!, ¡regresa!, ¡no me dejes! —fueron los últimos gritos en la cueva, pues de pronto, todo parecía haberse silenciado en un santiamén escalofriante—.

El incrédulo escapó, dejando atrás la linterna, su bicicleta, la copa y al mismo Renzo…

Desde entonces, todos cuentan esta historia en cada campamento con una fogata en medio. Muchos buscaron al pobre que había desaparecido en la cueva, pero ni sus restos se han hallado, algunos dicen que el espectro se comió hasta sus huesos.

Mago y Brenda pudieron observar llegar a Darling, totalmente pálido, desesperado, jadeante y en completo shock; cuando ambas le preguntaron lo que había ocurrido, increíblemente se dieron cuenta de que no pudo decir ninguna palabra, desde ese día jamás volvió a hablar, se convirtió en un mudo.

De la copa de oro, nadie supo nada, de la bicicleta se hallaron sólo partes de ella y si crees que fue todo lo ocurrido, te equivocas, pues aquel que fue alguna vez 'El Valiente Darling', pasó a ser ahora el más cobarde que jamás se pudo haber conocido, ya que, desde aquel entonces, le teme a todo lo existente, incluso vive temiéndole profundamente… hasta su propia sombra…

"Cada uno posee sus propios miedos,
el simple hecho de decir que no le tememos a nada,
ni siquiera un poco…
es por que llegaremos a temerle a todo".

Escrita y enviada por:
Héctor Jesús Cristino Lucas/Acapulco, Gro. México

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el domingo, enero 03, 2010 2 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

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