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Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva]
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La Mansión Encantada

Gaby y el gato

lunes, 26 de abril de 2010


Esta historia que se narra a continuación le ocurrió a una persona a la que conocí brevemente.

Resulta que un día Gaby salió del colegio como todos los días, pero ese día, por alguna extraña razón, decidió tomar un camino diferente. Después de caminar unos minutos, vio a una niña llorando y Gaby le preguntó qué le pasaba. La niña señaló con el dedo una vieja casa y entre lloriqueos le explicó que su gato se había metido allí, la niña no quería ir a buscarlo, tenía miedo, se le veía muy aterrada.

Amablemente Gaby, que era muy buena persona, decidió ayudar a la niña y buscar al gato.

Al llegar a la entrada, la puerta estaba abierta y no había nadie en la casa por lo que decidió entrar. Ya estando dentro, la puerta se le cerró de golpe, a pesar de ello Gaby decidió continuar adelante, de pronto apareció el gato corriendo por las escaleras, Gaby lo siguió, al llegar al segundo piso, el gato estaba allí, en medio del pasillo mirándola fijamente, parecía como si el gato la hubiera estado esperando y cuando Gaby se le acercó para tomarlo, éste escapó hacia una habitación que tenía la puerta entreabierta.

Al entrar en la habitación, Gaby se quedó sorprendida, era la habitación de una niña, tenía las paredes forradas de papel rosa y unas repisas llenas de preciosas muñecas que miraban fijamente a los intrusos. Pero Gaby no se sorprendió por la cantidad de juguetes que habían en la casa, ni tampoco porque un caballito de cartón balanceaba solo misteriosamente. La habitación, a diferencia del resto de la casa, estaba nueva, como si el tiempo no hubiera pasado.

De pronto fijó la mirada en una foto, se podía ver a una familia, al parecer el padre, la madre y su hija, la niña que ahora estaba allí en la calle esperando que le recuperara a su pequeño gato.

Gaby se empezó a asustar de verdad, todo esto ya no le gustaba, así que decidió volver sin el gato y escapar de aquella casa antes de que ocurriera algo. Al darse la vuelta para salir, ahí estaba la chiquilla, pero ahora se le veía ensangrentada y sollozando replicaba: "¡ELLOS ME MATARON!, ¡Y TAMBIEN LO HARAN CONTIGO!".

Al día siguiente encontraron el cuerpo de Gaby, igual como se encontró el de aquella niña muchos años atrás.

Se preguntarán cómo sé esta historia. Y bien, he de admitir que yo soy aquella niña y que si lo confieso es porque quiero que me traigas a mi gato…

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el lunes, abril 26, 2010 8 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

Madame Lalaurie

lunes, 8 de marzo de 2010


La Historia de Madame Lalaurie, es una de las más conocidas historias de la ciudad de New Orleans.  Esta tragedia habla sobre el brutal trato que le fue dado a un grupo de esclavos.  Todo comienza en el año 1832 cuando el Dr. Louis y su esposa Delphine Lalaurie se mudan a la mansión en El French Quarter, dentro de dicha localidad.  Empezaron a ser conocidos por sus fiestas sociales y eran respetados por la gran riqueza que poseían.  Madame Lalaurie fue conocida por ser la mujer más influyente de la ciudad.  La gente que era invitada a las fiestas conocían la hermosa casa de tres niveles y sus lujosas decoraciones.  En estas fiestas los invitados eran tratados con gran cuidado y siempre se les intentaba complacer en todo.  Los que conversaban con Madame Lalaurie se quedaban impactados por su belleza y su inteligencia y no dejaban de hablar de ella durante la fiesta.

Pero ese era el lado que les permitían ver.  Había otro lado más oscuro.  Debajo de la tela elegante de su increíble vestido, había una mujer cruel de sangre fría.

La Mansión Lalaurie era atendida por docenas de esclavos y Madame Lalaurie era muy cruel con ellos.  Mantenía a su cocinera amarrada a la chimenea de la cocina con cadenas, otros esclavos eran tratados aún peor.  Fue una vecina de Madame la que empezó a sospechar que algo no iba bien en la Mansión.  Existían muchas sospechas a causa de la rapidez con la que los esclavos eran contratados en la casa.  Las sirvientas eran reemplazadas sin ninguna explicación, el chico que cuidaba el establo un mal día desapareció y jamás lo volvieron a ver.  Hasta que un día un vecino que iba subiendo las escaleras de su casa escuchó un grito desesperado y desde su ventanal vió a Madame Lalaurie sosteniendo un látigo y corriendo tras una indefensa niña, ambas estaban en la azotea de la mansión, el vecino siguió con la vista a Mdme. Lalaurie y a la niña y allí pudo ver cómo la pequeña saltó al vacío; posteriormente, fue también testigo cuando la niña era enterrada en el jardín de la mansión.  Los vecinos denunciaron este hecho y el matrimonio se vió obligado a vender los esclavos.  A pesar de esto, Madame consiguió que un familiar los comprara y se los devolviera en secreto.

Después de este suceso nadie asistía a los eventos de La Mansión Lalaurie.  La familia fue ignorada.

Un día, un terrible incendio se propagó por la mansión.  Según se cuenta que, la propia cocinera, harta de los maltratos y abusos a los que era sometida, fue la que provocó el siniestro.  Después de apagar el fuego, los bomberos descubrieron una puerta secreta en el ático, al entrar se encontraron con docenas de esclavos amarrados a la pared en condiciones bastante lamentables.  Otros fueron hallados atados a mesas de cirujano con las intervenciones quirúrgicas más macabras y aberrantes que la mente más retorcida pueda imaginar.  Algunos más fueron encontrados con los ojos o la boca cosidos, otros presentaban amputaciones por diferentes partes del cuerpo, practicaron operaciones de cambio de sexo y cualquier tipo de operaciones monstruosas que se les ocurría.  Se encontraron también a muchos de estos esclavos metidos en jaulas para perros.  Habían restos humanos en estado de descomposición por todas partes, así como también cabezas y visceras metidas en jarras.  Algunas de las mujeres tenían el estómago abierto y sus intestinos enroscados en sus propias manos.  Los hombres estaban en peores condiciones:  sus uñas habían sido arrancadas, sus ojos extirpados y sus genitales amputados.  Cuando llegaron los bomberos aún habían personas vivas.

Madame Lalaurie y su familia huyeron, unos dicen que a Francia y otros que se fueron a vivir al bosque cerca de un lago.  No existen archivos en los que se compruebe que fueran castigados por los crímenes cometidos.  El matrimonio desapareció como por arte de magia.

Después de esto la mansión fue saqueada y durante un tiempo estuvo habitada por vagabundos que iban allí a pasar la noche.  Se decía que la gente que entraba ya no volvía a salir.  Los vagabundos que han podido huir, dicen que espectros se les aparcen en toda la casa.  Más tarde, la mansión pasó a ser un colegio para niñas, pero también acaba por ser desalojada por el mismo motivo.  Finalmente, la compra un magnate de la ciudad que al poco tiempo decide marcharse asustado también por las cosas extrañas que ocurrían.  Actualmente, la casa ha sido redecorada y usada para apartamentos.  Pero pese a los lavados de cara, la mansión sigue siendo una puerta al infierno donde los sucesos extraños y terroríficos no dejan de sucederse.

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el lunes, marzo 08, 2010 8 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Leyendas de Terror

La Tienda de Antigüedades del Sr. Kirby

domingo, 28 de febrero de 2010


El anciano Sr. Kirby, tras el recuento de la recaudación diaria, salió de su tienda, con intención de volver a casa, junto a su esposa.  Cerró la puerta del establecimiento y, silbando una alegre tonadilla, se alejó calle abajo, a duras penas iluminado por la escasa luz de las farolas.

Atrás dejaba la tienda, después de diez horas de trabajo.  Era un local grande, aunque el Sr. Kirby había conseguido convertirlo en un lugar acogedor, a pesar de su tamaño, y el polvo se acumulaba sobre las estanterías, a veces incluso semanas enteras, hasta que la esposa del anciano, se decidía a visitar el lugar, y las limpiaba, sin hacer caso de las protestas de su marido, quien aseguraba que, el polvo, le daba a la tienda un aire más digno, más antiguo, pues, en el establecimiento, había montado el Sr. Kirby su próspero negocio de antigüedades y cosas raras.  Allí podías encontrar casi cualquier cosa:  Desde una vieja plancha de hierro fundido que, tal vez, perteneció al Presidente Franklin.  Hasta el cromo aquel que nunca aparecía en los sobres que te comprabas de niño.  Mas, sin duda alguna, de lo que más orgullosos estaban los dos viejos propietarios del bazar, era de su colección de muñecas.  Muñecas antiquísimas, se rumoreaba que la más moderna de aquellas muñecas databa de antes de la Segunda Guerra Mundial, y que había pertenecido a la familia del Presidente Roosvelt.  Su valor, como se comprenderá, era poco menos que incalculable.  No era, sin embargo, ésta la preferida del Sr. Kirby, sino una mucho más vieja, sucia con el trajecito medio descosido, con las manitas de porcelana, y un único ojo de vidrio, a la que el viejecito había bautizado, desde el primer día, con el nombre de Rose Mary, en honor de su única hija, muerta cuando a duras penas tenía tres años, en un horrible accidente de tráfico.

Como ya hemos dicho, Douglas Kirby, caminaba hacia su casa, donde le esperaba su amada mujer, con el plato de cena sobre la mesa, y una amorosa sonrisa en los labios.  Recién había cumplido los setenta años, pero conservaba intacto todo su cabello, aunque completamente blanco.  Poseía un rostro alargado y fino, ojos pequeños y vivarachos, una nariz prominente, y una boca pequeña, de labios finos, y constante gesto fruncido.

Pocas eran las veces que, fuera de su tienda, se paraba a charlar con sus conciudadanos, lo que había generado el rumor absurdo de que, estaba un poco chiflado.  Muchos afirmaban que había traspasado el límite, y lo acusaban de hablar con sus muñecas, cuando se quedaba solo en el establecimiento.

En un bar cercano, mientras tanto.

-¿Ustedes no son de por aquí, verdad? —Willie, dueño del bar, no quitaba ojo de los dos forasteros que, sentados en una mesa cercana a la puerta, vigilaban, con demasiada atención, la tienda de antigüedades—.
-¿Eh? —uno de los tipos, dedicó a Willie una extraña sonrisa—, -No, somos de Chicago.
-¡Ah! —El barman, asintió con un leve cabeceo, y dedicó su atención a un nuevo cliente, que acababa de entrar—.

Poco más tarde, William, volvía a interesarse por los dos desconocidos:
-¿De Chicago, ha dicho?
-Así es, de Chicago —respondió, de nuevo, el mismo hombre—.
-¿Son anticuarios? —El dueño del establecimiento, hizo un gesto con la cabeza, en dirección a la tienda del Sr. Kirby—.
-¡No! -Contestó esta vez el otro hombre.
-¿Ah, no?
-No, no.
-Pues, parecen muy interesados en el anticuario —comentó Willie, con tono mordaz e irónico—.
-Eso, amigo, se debe a que nos gustan las antigüedades —se apresuró a responder, de nuevo, el primero de los dos individuos—.
-Ah, pues, en esa tienda, lo máximo que encontrarán, serán muñecas rotas, cubiertas de polvo —y, tras este comentario, Willie, dejó el tema por zanjado, y se dedicó, de lleno, a atender a los parroquianos—.

Media hora más tarde, los dos forasteros, salían del bar, y se encaminaban al motel de la viuda Klein, donde habían alquilado un par de habitaciones, las cuales, según su costumbre, no tenían pensado pagar, cosa que llevaban haciendo, impunemente, desde hacía meses, en su recorrido de robos y atracos por los EE. UU.

-¿Crees que el barman hablaba en serio, Roy?
-No. Supongo que lo dijo para despistar. Seguramente se olió lo qué pensamos hacer y pensó que, si nos decía que en la tienda no hay nada de valor, nosotros nos iríamos del pueblo, ¿no crees?.
-¡Marty, eres un chico listo! —el llamado Roy, alzó la cerveza que estaba bebiendo, y brindó a la salud de su compañero—.

Horas después, ya entrada la noche, los dos delincuentes, salían de sus habitaciones, y se dirigían a la tienda del Sr. Kirby llevando consigo un gran saco de tela.
-Si todo lo que nos contó aquel tipo, es cierto, podemos hacer un gran negocio.
-Pues, Marty, yo no acabo de creérmelo —Roy, se detuvo, y miró a su amigo, mientras rebuscaba el juego de ganzúas en los bolsillos de su pantalón—. Hasta que no lo vea con mis propios ojos.
-¡Mira, ahí está la tienda! —Marty, hizo un gesto a su amigo y, tras comprobar que no había nadie en las cercanías, cruzó la calle, en dirección al bazar del Sr. Kirby—
-Deja, voy a probar con las ganzúas —Roy, sin perdida de tiempo, mientras, su compañero, vigilaba, comenzó a manipular la cerradura de la persiana con el juego de garfios—.
-¿Ya está?
-¡Sí!, —levantaron la persiana lo suficiente, para poder entrar agachados al interior del local—, comencemos a buscar.
-¡Mira! —exclamaba, pocos minutos después, Roy, mientras mostraba a su compañero una pequeña cajita tallada en ébano—. ¡Esto debe de valer, por lo menos, trescientos dólares!
-Deja eso —ordenó, Marty, con voz firme—. Aquel hombre, fue claro. Sólo las muñecas.
-O.K. —Roy devolvió la caja de madera a su lugar, y siguió a su compañero al fondo de la tienda, en busca de la valiosa colección de muñecas antiguas—.
-¿Ves algo?
-No, esto está muy oscuro.
-Espera —Marty, rebuscó en los bolsillos de su pantalón, hasta dar con una pequeña linterna—; ahora encendió la diminuta lamparilla de bolsillo, iluminando, con el pequeño haz de luz, una enorme estantería, repleta de muñecas y muñecos.
-¡Demonios, qué susto! —exclamó Roy, al ver todos aquellos rostros de porcelana, mirándoles desde los estantes—.
-¡Shht, calla! —Su compañero, se llevó un dedo a los labios—. Vamos a meterlas en la bolsa.
-Espera —pidió Roy, mientras se alejaba camino de la puerta del local—; dejé el saco de tela en la entrada.
-No tardes.

Y Marty se quedó solo en el estrecho pasillo de la oscura tienda.  No había pasado ni un minuto cuando...
-¡FUERA!
-¡Eh! —Marty, espantado, giró la cabeza hacia el lugar de donde había surgido la voz, sin encontrar otra cosa que las viejas muñecas—.

Mientras, en la entrada:
-¿Dónde diablos habré dejado el maldito saco? —Iluminándose, a duras penas, con el débil resplandor que entraba por debajo de la persiana, Roy, buscaba la bolsa de tela—.

Finalmente, tras varios minutos de búsqueda, se incorporó, y se marchó en busca de su amigo, con intención de pedirle la linterna.
-¿Marty, estás ahí? —Sin respuesta—. Necesito la linterna.
-¡Roy, por favor, ayúdame!
-¡¿Marty?! —A tientas, el ladrón, siguió la voz de ayuda de su amigo, hasta llegar al lugar donde, hacia escasos cinco minutos, le había dejado para ir a por el saco. Mas, junto a la estantería llena de muñecas, no había nadie Sólo la pequeña linterna, aún encendida, tirada en el suelo—.
-¿Qué está pasando aquí? —Roy, temblando de pies a cabeza, se agachó, y recogió la lamparilla portátil—. ¿Marty, estás ahí?
-¡FUERA!
-¿Q-quién anda ahí? —A duras penas pudo evitar el ladrón que, con el susto, la linterna de bolsillo cayera de sus manos—.

Y, entonces, como en una extraña y psicodélica pesadilla, ante los asombrados ojos de Roy, una a una, todas y cada una de las muñecas de la estantería, comenzaron a agitarse, a moverse y ¡a hablar!.
-¡Eres malo! —Murmuraban, mientras, con sus diminutos deditos de porcelana, señalaban al maleante—. ¡Y te vamos a castigar!
-¡Mierda! —Roy, giró sobre sus talones, e intentó escapar—.
-¿Dónde crees qué vas? —A sus pies, tres muñecos, le cortaban el paso, estirando sus blancos bracitos hacia él—. ¡Vamos a castigarte!
-¡No, malditos monstruos! —Furioso, y asustado, Roy, comenzó a patear a los muñecos, quebrando sus frágiles bracitos y cabezas de porcelana—.
-¡Asesino, asesino! —Gritaban, desde el estante, aquellas muñecas, que no podían moverse—.
-¡Muerte al ladrón! —Se escuchó, de repente, una voz mucho más potente que las otras—. ¡Qué corra el mismo destino que su cómplice! —Y algo surgió de detrás de la estantería—.
-¡Mierda, demonios! —Roy, tropezó y cayó al suelo, cuan largo era, al ver aquello que se le venía encima.
-¡Tu amigo está aquí, conmigo! —Armada con unas pequeñas tijeras de costura, una muñeca, bastante más grande que el resto, avanzaba hacia él, sonriéndole, mostrándole unos blancos dientecillos de plástico—.
-¿Quién, qué eres tú? —El ladronzuelo, intentó reptar hacia atrás, apoyándose en sus codos—.
-Me llamo Rose Mary, y soy una linda muñequita —canturreó la muñeca, mientras daba un paso hacia Roy—. Juega conmigo, y seamos amigos.
-¡N-nooo! —gritó Roy dejando notar en sus ojos una singular expresión de terror.

Al día siguiente...
-¿Y, dice usted, Sra. Klein, que esos dos hombres marcharon sin pagarle el alquiler de las habitaciones? —Nick Travis, Jefe de Policía de Rock Bridges, tuvo esa mañana doble trabajo.  Por un lado, el atraco a la tienda de antigüedades del viejo Kirby. Por otro, dos tipos habían marchado, sin pagar, del motelito de la viuda Klein.

Mientras, en el bazar del Sr. Kirby.
-¡No se llevaron nada! -Lucille Kirby, ayudaba a su marido a recoger las muñecas que se encontraban caídas de las estanterías.
-Seguramente, no tenían ni idea del valor de estas muñecas —su marido, con gesto amoroso, tomó a Rose Mary del suelo, y la volvió colocar en su sitio, mientras le susurraba en su orejita de porcelana— ¡Muchas gracias!.


Ilustración: Jesús Rafael Tortosa Sarrio

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el domingo, febrero 28, 2010 3 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

El Sepulturero

domingo, 7 de febrero de 2010


Carlos, de 80 años, se levantaba a un nuevo día con gran agilidad, el hombre apenas tenia unas débiles arrugas y seguía con un cabello frondoso y rizado.

Su estatura de 1.80 mts., acompañados de un cuerpo fornido, su tez muy morena, como de un bronceado de playa, con sus expresivos ojos oscuros, le hacían, ni siquiera, parecer un hombre de medio siglo, manteniendo un tono atlético y ciertamente atractivo, en la ciudad todos se maravillaban y algunos, ciertamente le temían, pues aseguraban que su aspecto no podía ser real; miles de leyendas urbanas caían sobre este enigmático personaje.

Carlos se lavaba con parsimonia, sabía que otro día pasaría de la forma más rutinaria, volver a enterrar a los muertos y mantener el cementerio limpio, mientras que las horas entre la penumbra pasaban sin descanso.

Del sepulturero apenas se conocía nada, tan sólo su trabajo y su sobrehumano aspecto físico.

Hombre silencioso que apenas se movía del cuarto donde vivía en el propio cementerio, allí pasaba sus horas libres escribiendo poesía sobre los muertos.

-¡Carlos sal un momento! —ese que grita su nombre es el jefe del lugar, un hombre regordete de mediana edad—. Carlos, saliendo al exterior, saluda: 
-¡Hola Manolo!.
-¡Hola Carlos!, te presento a Juan es un joven que estará unos meses contigo, creo que te vendrá bien un ayudante.

El sepulturero clava su negra mirada en el joven de poco más de la veintena, un joven alto, pero delgado, de pelo castaño y aspecto aniñado, por supuesto se nota que es el típico estudiante que no está preparado para ese trabajo.

-Carlos: La verdad es que no necesito ningún ayudante, me las arreglo bien yo solo —dijo el sepulturero al jefe del lugar—.
 -Manolo: Eso ya lo sabemos, pero nos preocupa que siempre estés solo, necesitas compañía y el necesita aprender el oficio, los dejo solos y espero que les vaya todo bien. Sin nada mas que añadir el jefe da media vuelta y se va entre las lapidas del pequeño cementerio.

El joven se acerca de forma tímida hacia su nuevo jefe y le tiende la mano, su mirada es desconcertante; todos le decían que no aparentaba su edad, pero esto no se lo podía imaginar.

-Es un placer señor, ¿cómo lo hace? —preguntó el joven al sepulturero— ¿Me gustaría tener su aspecto cuando llegue a su edad! —añadió—.
 -Primero tienes que llegar... sígueme y empecemos —respondió el sepulturero resignado por haber obtenido la ayuda que no había solicitado—.

El joven pasó todo el día en una pesadilla siguiendo a su compañero que apenas le dirigía la palabra por todo el cementerio, sujetándole el peso de los ataúdes, mientras su compañero, literalmente, volaba de un sitio a otro y terminaba sus trabajos de forma ágil y eficaz.

La noche se acercaba y se despidieron.

Juan llegó extenuado a su casa, no podía imaginar lo que le esperaba cuando aceptó ese trabajo, aunque sabia que lo necesitaba para pagar sus estudios.

Algún día —pensaba el joven—, seré un gran escritor y no necesitaré ensuciarme las manos ni aguantar a tipos como ese sepulturero. En él se veía algo que lo ponía muy nervioso y no podía evitar.

El teléfono sonó, era su madre quien lo entretuvo un buen rato mientras le decía que lo echaban de menos en el pueblo.

El chico colgó con una sonrisa, adoraba a sus padres, siempre pendientes y entregados a él, ese verano su padre decidió que si quería irse a estudiar literatura, debía primero aprender el trabajo duro para que se acostumbrara a ganarse con su propio sudor sus objetivos.

Desde luego tenían razón, él se alquiló ese pequeño estudio cerca de su trabajo, esa experiencia le vendría bien para madurar.

Pero en la solitaria noche no podía dejar de pensar en su tranquilo pueblo y en Mónica, su gran amor, una pueblerina sin ambiciones ni su cultura, pero le daba igual, adoraba su inocencia y cada día le parecía más bella con sus oscuros cabellos acompañados de sus penetrantes ojos negros.

A la madrugada siguiente el cementerio presentaba un aspecto tenebroso, una densa niebla recorría aquel lugar.

El sonido fantasmal del tiempo movía los árboles haciéndolos crujir, parecía el sonido de la muerte, Juan movió la cabeza dejando de lado sus pensamientos y se encaminó a su destino.

Carlos lo recibió con una sonrisa, lo cual extrañó a Juan porque ese hombre nunca sonreía.
-¡Hola Juan!, pasa a mi habitación, apenas tenemos trabajo —le dijo—. Una vez en el interior, un irreconocible Carlos le seguía hablando amablemente:
-Escuché que quieres ser escritor y que estudias para eso, yo también escribo, son poesías que tratan sobre este gran lugar, sobre la muerte, pero también sobre mi vida. Mi mujer escribía poesía, murió hace mucho tiempo, pero la mantengo conmigo en mis poemas; después mi vida se vio avocada a esta triste existencia.

El sepulturero miraba como en trance al techo, mientras el chico lo escuchaba atentamente.

Cuando por la noche empezó a leer sus escritos, no pudo conciliar el sueño en toda la noche, estaba leyendo una auténtica belleza, esas líneas eran mórbidas, escritas con una ternura terrorífica, en una de ellas se veían rimas donde se retrataba, con una gracia extraordinaria, cómo un hombre hacía el amor con la muerte.

Le aterrorizaba lo que estaba leyendo, pero a la vez sentía algo que jamás antes experimentó, una fuerza recorría su cuerpo, sentía su sangre caliente en las sombras, de repente sintió deseos impuros.

Tiró las hojas donde venían escritas las poesías al suelo, sentía todavía una violencia en su interior, ¿quién es ese hombre? —se preguntaba—.

Cómo podía escribir tanta belleza y a la vez tanta tenebrosidad, se sentía aterrorizado; durante unos momentos sintió deseos de matar.

Quería olvidar aquellos diabólicos escritos cuando se levantó y los recogió del suelo, sabía que ese hombre extraño le estaba quitando su alma.

Cuando por la mañana el joven llegó al destino de siempre vió al enterrador totalmente desnudo abriendo un ataúd.

Carlos empezó a correr, pero de repente se detuvo y volvió al lugar, necesitaba saber más, necesitaba descubrir su secreto.

Entró por las buenas en la habitación, sin disimular para nada su presencia, pero el enterrador ni volvió la vista.

Gimiendo de forma evidente, estaba copulando con un bello cadáver, joven pero sin vida, una rubia hermosa de apenas la treintena estaba siendo manejada como un muñeco; en el silencio de la madrugada sólo se escuchaba al hombre aullar sobre aquel cuerpo sin vida. Llegando al orgasmo sacó su pene totalmente brillante, erguido de rodillas copula sobre el cuerpo sin vida. Tranquilamente se pone en pie, sin volver la vista se dirige al muchacho:
 -Juan, espérame afuera... estaré contigo en un momento.

El joven estaba totalmente hipnotizado en la puerta, totalmente excitado a pesar del acto monstruoso que acababa de observar.

El enterrador salió al exterior y continuó diciéndole:
 -Veo que ya sabes mi secreto de juventud.
 -¿Su secreto? ¡Dios mío! —respondió el joven con mirada atónita—.  ¡He visto cosas horribles, pero esto no tiene nombre, usted está enfermo, lo que escribe, esas malditas poesías me torturan...!, ¡tiene 80 años y se mueve como un maldito gato, no tiene ni una cana! —continuó diciéndole el muchacho—.
 -Estás aterrorizado, pero sigues aquí, podrías salir corriendo, decírselo a los superiores, pero volviste, estás excitado y te cuesta creerlo, mis lecturas te parecen diabólicas, aunque también hermosas —objetó el sepulturero—.  Cada día al levantarte piensas que quieres ser como yo, poseer mi genialidad, mantenerte joven con el paso del tiempo. Ellos están muertos nosotros vivos, lee las escrituras de sus lápidas —siguió diciéndole al joven—.

El chico se movió como en un sueño del que quisiera uno despertarse, leyó con incredulidad algunas de las lápidas.

Poetas, escritores, guionistas... todos son artistas de la escritura, como un trueno la verdad le viene a la mente, empieza a visionar a Carlos.

Carlos camina en un día lluvioso cuando una joven y prestigiosa escritora sale de su casa, él la sorprende por detrás con un corte limpio le rebana el cuello.

-Usted mata a todos los escritores y después copula con ellos absorbiendo su vida y su talento, sus poesías hacen experimentar lo que usted siente cuando mata, su excitación, su enfermedad, la emoción de la caza y cada vez que mata es usted mas fuerte, mas talentoso —le recriminó Juan al sepulturero—.

El cielo nublado cae sobre ambos hombres, el canto de los cuervos levanta un leve viento.

El sepulturero se acerca al joven y le dice: -No es muy agradable cuando tengo que hacerlo con un hombre, pero el sacrificio vale la pena, dentro de poco me quitare más años de encima.

Todas esas muertes se fingían bajo un robo, siempre terminaban echándole la culpa a un mendigo, yo un día fui escritor, nadie jamás me reconoció el más mínimo talento, sólo se fijaban en mi mujer, en sus libros, ella fue siempre una gran escritora, ¡la envidia me devoraba!.

Un día, sin saber lo que hacía, truqué los frenos de su coche, cuando el accidente la mató, robé su cadáver y lo disequé, cada vez que le hacía el amor su talento me poseía de una forma descomunal, también descubrí que no sólo eso, cada vez me sentía más fuerte, más joven, por mi no pasaban los años.

Cuando me mudé para este lugar, nadie ha querido averiguar nada sobre mi, sólo soy el sepulturero, tengo mucho tiempo para atrapar a esos artistas, soy un vampiro, en estos momentos nadie puede igualar mi arte, si me sigues conseguirás lo mismo.

¿Quieres ser escritor? Acompáñame en mi viaje y serás lo más grande que pueda existir, te daré la vida eterna, el destino nos unió, ¡sólo te queda aprovecharlo!.

El joven sin pensarlo, entra en la habitación casi de manera automática, el monstruo sonríe con una sobrecogedora mueca, satisfecho de tener a su marioneta, ya nadie podrá detenerlo.

Tan feliz está en sus pensamientos que no pudo reaccionar cuando Juan le apuñaló por la espalda, cayendo casi sin vida al suelo, lo miró con odio.

No comprendía qué pudo fallar, lo tenía hecho y, sin embargo, el que tenía que ser su ayudante lo miraba con una sonrisa irónica.

-¡Te denunciaré!, cuando todos comprendan lo que hacías y que sin duda descubrrán cuando estudien los cadáveres, comprenderán que tuve que hacerlo, nadie pondrá en duda tu locura, saldré fácilmente inocente por defensa propia —le dijo firmemente Juan—. Sé lo que tengo que hacer, tú ya mataste a muchos de ellos, tienes sus talentos y su fuerza, simplemente me alimentare de tu cadáver y seré lo más grande que exista jamás.

Con esas palabras el joven empieza a caminar alegremente a dar parte de lo ocurrido, mientras el enterrador muere en su propia tristeza, el debió saber que la maldad humana cuando florece te transforma en un monstruo y cuando eres un monstruo nunca aceptarás compartir tus secretos.

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el domingo, febrero 07, 2010 5 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

El Relicario de Isabel

lunes, 25 de enero de 2010


Era una madrugada más en la Ciudad de México, pero lo que hacía a esta noche especial era que se sentía más fría y más oscura que otras y un taxista se disponía a regresar a su casa después de todo un día de arduo trabajo.  En la calle ya no había gente deambulando, pero al pasar frente a uno de los cementerios de la ciudad, se percató de que una chica le hacía la parada, éste se siguió debido a que se encontraba exhausto, además de que ya era muy tarde para hacer otra dejada.

Sin embargo, a los pocos segundos reflexionó y pensando en su sobrina de 17 años que había sido asaltada tres años atrás, pensó: "pobre chica, no la puedo dejar ahí expuesta a no se qué miserable" y, acto seguido, retrocedió su vehículo hasta llegar a ella, quien parecía tener aproximadamente 18 años.  Al contemplar su rostro, el taxista sintió un frío intenso y cierto sobresalto, al que no le dio demasiada importancia, pues la niña era dueña de un rostro angelical, inspiraba pureza, de piel blanca, cabello sumamente largo, de complexión delgada, facciones finas, con unos grandes ojos color marrón, pero infinitamente tristes, tenía puesto un vestido blanco de encaje y en su cuello colgaba un relicario bellísimo de oro.

El taxista acongojado le preguntó hacia dónde se debía dirigir y ella le respondió que quería que la llevara a visitar siete iglesias de la ciudad, las que él quisiera; su voz era suave, muy triste, pero dejaba notar un tono muy extraño, que le dejó una sensación de cierto miedo y misterio.

El conductor del taxi la llevó a cada una de las siete iglesias sin replicar, en cada una ella pasaba cerca de tres minutos y salía con una expresión de serenidad y tranquilidad, pero sin abandonar de sus ojos esa mirada de profunda tristeza.

Al final del paseo, ella le dijo al conductor del taxi: - Discúlpeme si he abusado mucho de su bondad, mi nombre es Isabel, no tengo dinero para pagarle en este momento, sin embargo le dejaré este relicario, pero antes quisiera saber si me podría hacer un último favor: Vaya a la colonia del centro, en esta tarjeta está anotada la dirección donde vive mi padre, entréguele mi relicario y pídale que le pague su servicio, ah!, y dígale que lo amo en el alma y que no se olvide de mí.  Ahora déjeme donde me recogió, por favor.

El taxista se sintió como en un trance, en donde actuaba automáticamente a la petición de la chica, y la dejó ahí, frente al cementerio donde momentos antes ella lo había abordado.  El hombre se fue a su casa, pero se sentía mareado, le dolía intensamente la cabeza, y su cuerpo le ardía por la fiebre que empezaba a tener, su esposa lo atendió de ese repentino mal, duró así tres días.

Cuando se recuperó, trajo a su mente lo que le sucedió en su última noche en el taxi, recordó a la jovencita angelical de las iglesias y también la petición que ella hizo y pensó que todo había sido muy raro, supuso que quizá ella se había fugado de su casa, pero ¿por qué la había recogido y regresado a aquel cementerio?, ¿de qué se trataba realmente todo eso?, de pronto pensó en el relicario, al tiempo que dirigía su mirada a su mesita de noche, donde noches antes lo había dejado.  Ahí estaba la joya que, aunque estaba un poco sucia de tierra, se distinguía por su brillo y metal precioso.

Se paró súbitamente, tomó su taxi y fue a la dirección que le diera la chica, pero no con la intención de cobrar por el servicio que había quedado pendiente, sino de descubrir la verdad detrás de ese misterio que le inquietaba, que le estremecía extrañamente y que no le había dejado en paz desde entonces.

Tocó a la puerta de madera, era una casa grande, estilo colonial, antigua, de esas que caracterizan a las de esa zona de la ciudad; entonces abrió un hombre de edad avanzada, alto y con unos ojos como los de Isabel en rasgos, pero sobre todo idénticos en su aspecto triste.  El taxista le dijo a ese hombre: - Disculpe señor, vengo de parte de su hija Isabel, ella solicitó mis servicios hace tres noches, me pidió que la llevara a visitar siete iglesias y, luego de hacerlo me dejó su relicario como prenda para que usted me pagara.

El hombre al ver la alhaja rompió en un inconsolable llanto, hizo pasar al taxista y le mostró un retrato.
- ¿Es ella la chica de la que me habla? —le preguntó el hombre—.
- Sí ella es, con ese mismo vestido —respondió el taxista—.
- No puede ser, precísamente hace tres noches mi querida hija cumplió siete años de muerta, falleció en un accidente automovilístico y este relicario que le dio fue sepultado con ella y ese mismo vestido, el mismo de la foto, que era su favorito... ¡hija, perdón, debí haberte hecho una misa, debí haberme acordado de tí, debí...!.

El hombre lloró, lloró y lloró como un niño, el taxista estaba pálido, pasmado de la impresión, ¡había convivido con una muerta!... eso lo explicaba todo.

Volviendo de su estupor, le dijo al padre de Isabel: - Señor, yo la ví, yo hablé y conviví con ella durante el servicio que le brindé; ella me dijo que lo amaba, que lo amaba mucho, y que no se volviera a olvidar de ella, creo que eso le dolió mucho.

Se dice que el padre de Isabel recompensó al taxista obsequiándole toda una flotilla de taxis para que iniciara un negocio propio, todo en agradecimiento por haber ayudado a su niña adorada a visitar las iglesias en su aniversario luctuoso.

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el lunes, enero 25, 2010 9 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Relatos Inexplicables del Más Allá

La Dama de Los Tacones

martes, 12 de enero de 2010



Las tradiciones familiares mexicanas son estrictas.  Una regla no escrita obligaba a por lo menos una de las hijas a quedarse junto a los padres en su vejez.

Ese era quizá el caso de "La Taconera", quien habiendo ya alcanzado una edad madura, permanecía junto a su madre, quien rondaba los 90 años, por su delicado estado de salud.

Nadie recuerda el nombre de aquella dama, que, según la leyenda, recorre aún las calles del Centro Histórico de Coahuila, que vivió en una modesta casa de la calle del Camposanto (hoy Juárez).

No tuvo nunca un prometido, pero por el día en el pueblo se murmuraba sobre lo que se escuchaba de noche: sus tacones, bajando la calle entera hasta donde terminaba el cuadro urbano y comenzaban los establos y algunas casas de adobe detrás del Ateneo Fuente.

Se decía que engalanada acudía hasta allí para visitar al hombre con quien sostenía un romance.  Las calles en absoluto sosiego al caer la noche amplificaban el sonido de sus pasos.  "Ahí va La Taconera", solían decir las vecinas que alcanzaban a escucharla en su diario recorrido nocturno.

Su madre sufría por las habladurías.  Algunos vecinos estaban seguros de que su hija la descuidaba, olvidándose a veces incluso de alimentarla, por lo que le recriminaban su irresponsabilidad.

Una noche, al regresar de su encuentro romántico, la joven encontró muerta a la anciana.  Lo grave —sobre todo para la época— fue que la muerte la sorprendiera en absoluta soledad, sin ningún familiar a quien dar una última bendición y sin un sacerdote que diera soporte espiritual a sus últimos momentos.

Y esa fue la causa de la gran culpa que pesó sobre la joven.  No volvió a salir por las noches en busca de su amado.  Cuentan que el arrepentimiento no la dejó vivir más y finalmente murió de pena.

Meses después los vecinos del barrio volvieron a saber de ella.

Muchos aseguraban ver su silueta esfumarse en el mismo recorrido que hacía para llegar a la casa de su amado.  Otros afirmaban escuchar por las noches el paso marcado de sus tacones.

Los testimonios abundan a lo largo de todo el camino que tantas noches siguiera "La Taconera": de la calle del Camposanto al poniente, doblando en la calle del Reloj (hoy Bravo), hacia el norte por Hidalgo, hasta el campo del Ateneo.

Quienes intentaban seguir el sonido de sus tacones no los alcanzaban nunca.  Y aun más curiosa es la afirmación popular de que quienes caminan en sentido contrario no escuchan nada.

Más de 60 años han transcurrido, pero aún hoy, vecinos de las calles Juárez y Bravo, aseguran escuchar por la madrugada el misterioso taconeo.


Enviada por: Mónica Lee/Saltillo, Coahuila, México

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el martes, enero 12, 2010 9 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Leyendas Urbanas

Darling No Le Teme a Nada

domingo, 3 de enero de 2010



Encima de una gran roca, frente al sucio, oscuro y tenebroso pantano se encontraba Darling, junto a sus dos mejores amigas: Brenda —quien parecía mostrar sus ojos temerosos al lúgubre panorama que se podía apreciar con certeza escalofriante— y Mago —aquella que no podía soportar un instante más en ese lugar, pues daba la impresión de que los demonios carroñeros saldrían de los charcos lodosos para empezar a comérselos a todos, lenta y dolorosamente sin dejar ni los huesos de aquellos inocentes niños que no saben de los peligrosos entes desconocidos que habitan en los diferentes planos astrales—. Los tres lo contemplaban desde arriba del risco.
- ¿Así que este es el famoso pantano embrujado? —preguntó Darling mientras se inclinaba al suelo para tomar una pequeña roca cercana a su pie derecho, lleno de seguridad, sin titubear, y sin dejarse de intimidar por el sombrío aspecto que poseía el entorno—.
- Todos dijeron eso en la escuela, incluso de aquellos enanos que no paran de saltar en los árboles, o las voces que te llaman por tu nombre, esas que no te dejan de sonar en los oídos, sin darte cuenta de que vas siguiéndolas… y cuando reaccionas, te encuentras perdido en medio del pantano. La voz de Brenda, quien explicaba los aparentes sucesos que ocurrían en el lugar, empezaba a cortarse, el miedo que causaba con tan sólo ver el pantano, producía un intento desgarrador, para no volver jamás.
- Yo no me quedo, han contado tantas cosas terribles de este lugar, que no quisiera comprobar si son ciertas o no —menciona Mago, postrando su semblante inquietante, y lleno de angustia, queriendo salir despavorida de ese terrible contorno espectral—.
- ¿Qué opinas tú Darling? —le pregunta Brenda mientras voltea a verlo junto con Mago, esperando una respuesta de su amigo, quien parecía estar concentrado, mirando atentamente lo lejos que llegaba el pantano—.
- Pues no, a mi no me da ni un poco de miedo… aceptaré la apuesta de Renzo, si en verdad existe una copa de oro custodiada por el espectro de un maligno guerrero antiguo en el pantano, la traeré sin preocupaciones y de inmediato. Con esa gran confianza por parte de él, arroja su pequeña piedra a los charcos del pantano, sin temor a poder despertar a las posibles fuerzas oscuras que parece permanecían estar dormidas en lo más profundo de esas tierras maquiavélicas.
- ¿Estás seguro de eso?, los rumores cuentan de que el espectro aún sigue vagando nuestro mundo y visitando el infierno también, deseando quedarse, pero no puede, pues su misma ambición de que no le robaran la muy valiosa copa de oro lo llevó a su muerte, si se la robas, estarás en graves problemas —le advierte Brenda seriamente—, parecía que se tomaban muy en serio las leyendas locales en esos parajes.
- Renzo es más que un mentiroso, ¿recuerdas la apuesta que me hizo al quedarme una noche despierto en la mansión de la abuela Tosh?, no ocurrió nada, ni siquiera escuchamos los supuestos sonidos de las tazas de porcelana al romperse, es por que nada de eso existe, ¡absolutamente nada!. La seguridad que Darling producía en sus palabras, parecía darle una postura del más valiente en la zona.
- Ganaste esa apuesta, y también la de tocar la campana de la iglesia abandonada —menciona Mago impresionada por la valentía de su amigo—.
- Fue divertido, y decían que aparecían monjes que se llevaban el alma de aquellos que se atrevían a entrar a los dominios de la iglesia…, ¡sí, claro!, son sólo patrañas, inventos de la gente… nada de eso puede ser real, por algo soy el número uno en la clase de física —sonríe Darling sin preocupación o estrés alguno en su forma de expresión—.
- Pero esto es diferente, hay personas que dicen haber visto cosas tan horribles por este pantano, que no saben cómo describirlas. —le replica Brenda con una preocupación notoria—.
- Claro que no… puentes, casas, iglesias y pantanos embrujados sólo los he podido conocer en libros de terror baratos y muy malos por cierto —dice Darling vomitando, incluso, su seguridad ante todo lo insólito—.
- Pues aún sigo dudando, has ganado mucho dinero con las apuestas de Renzo, creo que este es el último lugar supuestamente encantado en la ciudad —dice Mago, quien no dejaba de contemplar el horripilante paisaje—.
- Sí, lamentablemente el último, imagina cuánto dinero perdería el tonto de Renzo, sólo por creer en estas locuras —dice el valiente con algunas risas mientras comienza a alejarse de la orilla del risco—.
- Espera, ¡no nos abandones aquí! —dice Brenda quien, junto con su amiga, comenzó a seguir a Darling para marcharse del pantano embrujado—.

Los tres salieron del apartado lugar fangoso, adentrándose nuevamente a las calles de la ciudad.
- Tengo un mal presentimiento —mencionó Mago en voz baja mientras caminaban sobre la banqueta—.
- No es para tanto, recuerda bien estas palabras, ¿de acuerdo?: ¡yo no le temo a nada! —gritó Darling sin importar cuanta gente lo viera, él parecía tener tanta confianza en su esceptisismo, que era sorprendente—. Pero justo en ese momento, apareció frente a él, su ya conocido apostador compañero de clases: Renzo.
- Mira a quién tenemos aquí, pero si es el señor pantano embrujado, ¿crees que, con tan sólo verlo, me intimidaría?, por favor, necesitas algo mejor. —dice Darling lleno de seguridad en sus palabras—.
- Veo que ni siquiera un pequeño temblorcito te causó el pantano embrujado, eso quiere decir que aceptas mi apuesta. —le dice Renzo con una normal sonrisa en su rostro—.
- Te acepté la apuesta, incluso, antes de venir, ten listo el dinero para mañana, pues cuando comience a anochecer, entraré al pantano y seguiré el camino lodoso en donde dicen que te lleva hasta la copa de oro —así, Darling extiende su mano justo enfrente de Renzo, símbolo de pactar con la apuesta que se habían propuesto ambos—.
- ¡Claro! —responde el apostador cerrando la propuesta al estrechar la mano de Darling—.

Brenda y Mago eran las únicas testigos en el asunto, ya se había comenzado con un trato que no se podía romper; ese día Darling durmió sin preocupación, cosa que sus amigas no pudieron conciliar de inmediato.

Al día siguiente, ya casi cuando el sol parecía meterse en el horizonte de unas grandes montañas, el joven valiente se apresura a llegar hasta el pantano, montado en su bicicleta todo terreno, pero claro, mostrando su cara llena de seguridad y sin ningún rastro de temor.

Y por fin, llegó a su destino, justo en el risco de la gran roca se encontraban ya sus queridas amigas, así como también Renzo, quien parecía impaciente al poseer sus brazos cruzados.
- Muy bien, entraré cuando quieras —le dijo Darling deteniendo su bicicleta al lado de los tres—.
- Creí que te habías arrepentido, pero veo que en realidad no le temes a nada, ¿cierto Darling? —preguntó Renzo mientras saca de su bolsillo un collar lleno de plumas blancas, para colgárselo de inmediato—.
- Claro, no le temo a nada… ¿Por qué demonios te pones esa cosa? —le preguntó el valiente nuevamente—.
- Voy a entrar contigo, quiero asegurarme de que podamos llegar hasta la copa de oro, el collar con plumas blancas me ayudará a alejar a los malos espíritus del pantano —dijo Renzo sintiéndose seguro de su artilugio—.
- Como quieras, da igual, apuesto a que nada es real —menciona Darling sin dejarse intimidar aún—.
- No lo sé, ¿por qué mejor no anulamos esta tonta apuesta? —preguntó Mago en medio de la charla interesante—.
- ¡Ni pensarlo!, este es el último reto; si gano, Renzo tendrá que admitir que, en realidad, Darling no le teme a nada —menciona el orgulloso y, a la vez, valiente joven que no parecía detenerlo nada—.
- Está bien, pero comiencen a entrar de una vez, antes de que se haga más tarde todavía —dijo Brenda— y así se hizo, los dos jóvenes bajaron el pequeño risco de la roca, Darling acompañado con su bicicleta a su costado derecho y Renzo con su collar de plumas blancas en el cuello.
- ¡Si anochece regresen lo más pronto posible! —les gritó Mago desde arriba, cuando apenas ambos se empezaban a adentrar—.
- ¡No te preocupes!, ¡yo lo tendré todo bajo control! —le contestó Darling orgullosamente, mientras se detuvo por un momento—.
- ¿Qué es lo que te hace sentir tan valiente? —le preguntó Renzo en voz baja, mientras se detuvo por un momento también, su acompañante lo regresó a ver inmediatamente, un tanto molesto por lo que le había dicho—.
- El simple hecho de no creer en todo lo que cuentan, en ignorar los falsos rumores de las personas y, lo más sencillo: estudiar física por horas, todo de lo que hablan, viola las reglas de esta vida —menciona el incrédulo, valiente, orgulloso, y ahora inteligente, Darling, mientras que ambos continúan su caminata por el camino lodoso del pantano—.
- ¿Pero cómo es que conoces por completo a la vida?, o al menos ¿cómo aseguras de que sólo existe nuestra realidad, y no otra? —le replica Renzo, que al parecer sus creencias se inclinan más hacia lo desconocido—.
- Por el simple hecho de investigar, de informar con hechos, con bases, con pruebas, no con las tonterías que salen en la televisión o en los cines —le responde Darling con términos aparentemente lógicos—. Así la charla, discusión o debate, continuó por todo el camino, olvidando cuál era la motivación de estar recorriendo el pantano, como también el anochecer empezó a tomar papeles en el asunto.

Después de un considerable tiempo de luchas entre pensamientos, ideas y creencias, ambos se percataron de algo…
- Darling espera… el camino lodoso, ¡mira! —le exclama Renzo, donde parecía que todo había llegado a su fin, mientras que en frente se podía apreciar una cueva, una oscura, sombría y temible cueva—.
- Estupendo, es ahí en donde se supone que debe encontrarse la copa, ¿no? —le pregunta Darling mientras recarga su bicicleta en el muro de una roca—.
- Supongo que sí, es hasta donde nos lleva el camino lodoso —dice Renzo sin quitarle la mirada a la cueva—.
- Pues ¿qué esperamos?, ¡entremos!.

Con seguridad, Darling empieza a introducirse a la oscura abertura, con su acompañante siguiéndolo por detrás. Al adentrarse, el cambio se podía notar, entre el calor extraño hasta el frío incontrolable que se podía respirar desde adentro, la oscuridad parecía taparles la vista por completo.
- Es demasiado oscuro, ¿no crees que deberíamos regresar? —le pregunta Renzo sin dejar de caminar por la inmensa cueva—.
- Olvídalo, llegamos hasta aquí solamente para probar algo, y no nos iremos hasta que lo escuche de tu boca.
Así, una destellante luz se formó, se trataba de una pequeña linterna, cortesía de Darling.
- Como quieras, menos mal que trajiste algo de utilidad, algo que no sea solamente tu presunción y orgullo —le dijo Renzo con algunas cuantas risas—.
- ¿Qué dijiste?, no puedes burlarte así como así —dijo Darling mientras lo empuja levemente—.
- Sólo digo la verdad —le contestó Renzo devolviéndole el empujón—.
- ¡Ya basta! —le gritó Darling empujándolo el doble de fuerte, pero esta vez tomó por equivocación el collar de Renzo, rompiéndolo de su cuello inmediatamente mientras que él chocaba contra la pared rocosa—.

De pronto, algo se escuchó caer al suelo, la luz de Darling se dirigió hasta el sonido, increíblemente se logró apreciar al alumbrarlo, que se encontraba la inigualable copa de oro.
- ¡Es la copa! —gritó Renzo lleno de emoción—.
- ¿La copa?... eso quiere decir… ¿Qué todo es cierto?... —preguntó Darling y después mantuvo un silencio perturbador, seguido por unos extraños sonidos provenientes de la oscuridad que les acompañaba—.
- ¿Qué sucede?, ¿Qué es eso? —preguntaba Renzo lleno de temor también—.
- ¡No lo sé!, ¡pero hay algo aquí que tocó mi hombro! —gritó Darling lleno de terror, pues comenzaron a notar que no estaban solos—.

El valiente joven se inclinó de nuevo a recoger la copa de oro, y queriendo volver para salir de la cueva empezó a correr, pero no llegó muy lejos pues se tropezó con un bulto en el suelo y al mismo tiempo se empezaron a emitir los gritos desgarradores de Renzo. La linterna rodó por el suelo, hasta detenerse a un punto fijo, el cual alumbraba el rostro repleto de sudor y sangre de su acompañante aterrorizado justo a su lado mientras decía:
- ¡Darling…! ¡Darling…! ¡no tengo mi collar…! ¡no lo tengo…! —esas palabras llenas de horror y pánico fueron las que se escucharon de parte de Renzo, puesto que después, un ruido pesado y fuerte empezó a hacerse presente. Se dio cuenta de que algo se estaba llevando a su compañero, algo que no se podía apreciar por la oscuridad en ese gran agujero—.

El joven ignoró su valentía, ignoró su orgullo, ignoró, incluso, toda explicación lógica que había leído en sus libros y, también, la misma con la que había logrado aprobar todos sus exámenes en la escuela, pues aterrorizado y mudo por completo, salió despavoridamente de la cueva.

- ¡Darling!, ¡Darling!, ¡regresa!, ¡no me dejes! —fueron los últimos gritos en la cueva, pues de pronto, todo parecía haberse silenciado en un santiamén escalofriante—.

El incrédulo escapó, dejando atrás la linterna, su bicicleta, la copa y al mismo Renzo…

Desde entonces, todos cuentan esta historia en cada campamento con una fogata en medio. Muchos buscaron al pobre que había desaparecido en la cueva, pero ni sus restos se han hallado, algunos dicen que el espectro se comió hasta sus huesos.

Mago y Brenda pudieron observar llegar a Darling, totalmente pálido, desesperado, jadeante y en completo shock; cuando ambas le preguntaron lo que había ocurrido, increíblemente se dieron cuenta de que no pudo decir ninguna palabra, desde ese día jamás volvió a hablar, se convirtió en un mudo.

De la copa de oro, nadie supo nada, de la bicicleta se hallaron sólo partes de ella y si crees que fue todo lo ocurrido, te equivocas, pues aquel que fue alguna vez 'El Valiente Darling', pasó a ser ahora el más cobarde que jamás se pudo haber conocido, ya que, desde aquel entonces, le teme a todo lo existente, incluso vive temiéndole profundamente… hasta su propia sombra…

"Cada uno posee sus propios miedos,
el simple hecho de decir que no le tememos a nada,
ni siquiera un poco…
es por que llegaremos a temerle a todo".

Escrita y enviada por:
Héctor Jesús Cristino Lucas/Acapulco, Gro. México

Publicado por: Jazmine Dguez. [bajo el pseudónimo de Lilith†La†Enemiga†d†Eva] en La Mansión Encantada© el domingo, enero 03, 2010 2 Voces del Más Allá [haz escuchar tu voz]

Etiquetas: Cuentos de Terror

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